Gustavo Poyet afirmó después de la victoria de Universidad Católica sobre Argentinos Juniors: “No éramos ni tan malos ni ahora somos tan buenos”.
Hay que estudiar el plural.
A un tricampeón local, con holgura del resto y apenas competencia, se le pide calidad no en los torneos chilenos, donde se pasea con tranquilidad y a paso corto, sino en los internacionales.
La UC sacó campeones a sus últimos entrenadores —Beñat San José, Gustavo Quinteros y Ariel Holan— y el propio Poyet, si en este instante se va, pondría en su curriculum que fue campeón con Universidad Católica, cuando debutó y obtuvo la Supercopa 2020.
Este es el caso Poyet.
¿Cómo se explica y de quién es el mérito? De la institución y empresa, de la estructura y organigrama, donde el técnico es un engranaje de la maquinaria.
Lo de los torneos internacionales es una razón de existir para la UC, que podría convertirse en obsesión y enfermedad si llega a tetracampeón, hexacampeón y hasta octocampeón en Chile, pero no supera la fase de grupos cuando juega con rivales extranjeros.
El club sostiene un plantel que dentro de casa encuentra escasa resistencia, donde además los rivales tradicionales, en la temporada pasada, estuvieron por descender.
Esos contricantes, eso sí, Colo Colo y Universidad de Chile, han sido campeones de la Libertadores y de la Sudamericana, respectivamente. Y esos títulos, por cierto, son un zumbido para la UC, porque ahí está lo que le falta.
No está en cuestión el futuro del club cuando quedan eliminados rápido y pronto, pero en un mundo globalizado necesitan irrumpir en los torneos internacionales e instalar sus colores y hacer notar su presencia.
Es por la identidad y el negocio, por los hinchas e historia, pero también por un bien que sienten superior: no quieren convertirse en una experiencia de desarrollo frustrado. Chile es un ejemplo de lo anterior. La UC, desde su ámbito, desea liderar el cambio, probar que es posible e indicar otro horizonte de desarrollo.
Esa misión, sin duda ambiciosa, pero inevitable en un club con raíces en la Academia, no se deposita en las manos de un solo entrenador.
Para empezar a cumplirla hay dos requisitos ineludibles: pisar fuerte en la Libertadores y romper líneas en la Sudamericana. No un año, sino siempre, porque es el destino de los equipos grandes y con misión. Estar entre los mejores ocho, y después se verá.
Y por eso el nivel del plantel, siempre apoyado por el notable esfuerzo e inversión en las inferiores.
En suma: nadie duda de las virtudes de Universidad Católica. No hay que confundirse. La cuestión es otra. Es discernir si el técnico es un bien para el plantel en su conjunto, desde Luciano Aued a Clemente Montes, debido a los cambios que realiza, las posiciones que asigna y la visión de juego que despliega.
Lo que ronda, entonces, es saber si el entrenador es bueno o malo, para la maquinaria y la institución.
Es en singular. De eso se trata el caso Poyet.