En un plano vertical infrarrojo, tres hombres preparan una fosa y entierran a un enemigo aún vivo. Esta imagen bárbara, difícil de asimilar, es el prólogo de esta película.
La historia se sitúa en el 2025, un año después de una guerra en que Ucrania ha derrotado a las fuerzas prorrusas en el este (en el 2013 ya hubo una guerra en esa zona del Donbás). Serhiy (Andriy Rymaruk), excombatiente, trabaja como obrero de una usina que se cerrará y luego como chofer de un camión aljibe. La reconstrucción es casi abstracta: solo se ven los camiones pesados, las grúas, las máquinas medio militares. Y el frío, el lodo, los caminos destrozados, los charcos, la lluvia. Un paisaje desolador.
En una de esas rutas, Serhiy conoce a Katya (Liudmyla Bileka), voluntaria de una ONG que busca identificar los cuerpos sepultados sin nombre durante la guerra. Es un trabajo penoso, que los forenses ejecutan con mecánica exactitud. Serhiy sufre un trastorno postraumático, pero todo es trauma en su entorno. Soldados y obreros laboran cerca de la frontera (en algún momento se ve la instalación de un gran muro), quedan minas sin estallar y los accidentes y los suicidios abundan. Otra voluntaria ofrece a Serghiy emigrar de ese territorio sin esperanza:
—Tomó diez años limpiarlo del veneno de las creencias soviéticas —dice—. Ahora hay que limpiar el agua y el suelo. Tomará décadas.
El cine de la esfera soviética aprendió, ya en los años 70, a hacer cine de anticipación con muy pocos recursos. En el caso de Atlantis, la austeridad es extrema: toda la película está constituida por apenas 30 planos, de los cuales solo cinco incluyen desplazamientos de la cámara. Los restantes planos fijos lucen una precisa selección de los encuadres, mientras las acciones, repetitivas pero alucinantes, confieren peso y densidad al tiempo. El relato sombrío y pesimista se permite momentos de humor insólito, como una reunión de obreros que termina en una gresca mientras detrás se proyectan las imágenes del optimismo industrial, indiferente a la polución, de Dziga Vertov en su documental Entusiasmo, sinfonía del Donbás (1930).
La proposición del cineasta ucraniano Vasyanovych, también fotógrafo y montajista, es bastante radical, pero notablemente inspirada. Su tono oscuro no se revuelca en el pesimismo, así como su humor negro no se mofa de los personajes. El intelectualismo de su estrategia fílmica es ahuyentado siempre por el absurdo y por el auténtico dolor que la atraviesa, incluida la silenciosa esperanza de sus imágenes finales.
Atlantis es un triunfo del cine, otra vez.
Dirección: Valentyn Vasyanovych.
Con: Andriy Rymaruk, Liudmyla Bileka, Vasyl Antoniak, Lily Hyde, Philip Paul Peter Hudson, Igor Tytarchuk, Karolyna Sheremeta.
104 minutos.
En Mubi.