Así como el libro durante siglos ha sido una elaborada, poderosa e inquietante metáfora del universo, la lectura también puede ser considerada no solo como la comprensión de este o aquel texto —una escritura—, sino como el esfuerzo de comprensión de la realidad. Leer es comprender y, sin una buena lectura de la realidad, es difícil actuar bien. Si pensamos que lo real es conjunto desarticulado e ininteligible de signos, la lectura pasa a convertirse en un instrumento que concede sentido, orden y dirección. Al contrario, si se piensa como “cosmos”, como un todo articulado, ordenado y dotado de una gramática, la lectura es una interpretación, un descubrimiento y develamiento.
En los libros y en el mundo social no cabe sino ser modesto respecto de las posibilidades de la lectura. No cualquier lectura es correcta, ya que el texto le fija al lector un marco y el autor suele dar indicaciones precisas respecto de cuáles lecturas excluir y da señales que orientan la interpretación. Pero tampoco el texto es un programa unívoco que admita una sola lectura. Incluso un libro muy elemental, lineal y redactado para controlar al máximo los significados puede abrirse o ser abierto por un lector habilidoso e imaginativo e, incluso, un texto tonto puede dar lugar a una lectura inteligente.
El aprendizaje de la lectura, sobrepasado el nivel de la literalidad, consiste en la capacidad de saber escudriñar entre las líneas sin perderlas de vista. La lectura de libros es una escuela para la lectura del mundo real. El proceso social por el cual atraviesa Chile reclama buenos lectores y los buenos lectores se forman en el asiduo contacto con los libros. Sería triste quedarse en la mera literalidad y sería insensato arrojarse a una interpretación que piense lo social como una arcilla blanda e informe a la cual es posible imprimir cualquier figura.
En los buenos libros es posible hallar claves para la lectura de lo real, porque, en ocasiones, los escritores son lectores lúcidos de su mundo y calan tras los episodios, por los pliegues de la actualidad, hacia las capas y las lógicas que operan de modo invisible. Existe un trasiego virtuoso entre la lectura de libros y la lectura de lo social.
La hora política requiere no solo de entusiasmo y coraje. El libro de Chile es difícil de entender. Una buena lectura necesita de un esfuerzo intelectual mayor en estudio, reflexión y observación. ¿Será extemporáneo pedir rigor, información, disciplina en el pensar, sin lo cual se camina a tientas? A los futuros constituyentes, los invito cortésmente: a leer, a leer y a leer porque leyendo se aprende a ver y entender.