Al poniente de la Plaza de Armas, en la esquina de Huérfanos y San Martín, trabajarán los futuros “constituyentes”, por quienes votaremos este fin de semana. Me alegra que los acoja un edificio con historia republicana y buena arquitectura, un espacio hermoso y con buenas proporciones. Espero que los cielos altos y la gran galería vidriada diseñada por el arquitecto Lucien Hénault inspiren disquisiciones de buen nivel y no la guerrilla política baja y farandulera que hemos visto en el Congreso de Valparaíso.
El palacio Pereira (que siempre fue conocido como “Casa Pereira”, igual que la “Casa de Moneda”) tiene mucho que contar y enseñarnos. Ha vivido, al igual que nuestro país, distintas etapas, momentos de decadencia y varias crisis que amenazaron con derrumbarlo. Su renacimiento —gracias a una estupenda restauración que logró conjugar historia y modernidad— es un ejemplo para Chile, un esfuerzo mancomunado y a largo plazo, que atravesó gobiernos de distintas tendencias políticas.
El edificio neoclásico se emplaza, además, en uno de los sufridos barrios céntricos de Santiago, que han soportado vandalismos, rayados y destrozos. No es precisamente un “barrio burbuja”. Solo espero que, cuando algo no salga como pensaban en las deliberaciones, los exaltados no lo dañen o incendien, respaldados por los opinólogos de turno que le restan importancia a la violencia y hablan de generar “nuevos patrimonios”, como si fueran intercambiables.
Ojalá tanto el palacio Pereira —con su ala histórica y su nuevo edificio moderno— como el edificio del ex Congreso Nacional (donde se harán las sesiones plenarias) no vean pasar constituyentes vestidos de superhéroes u oradoras con calzoncillos en la cabeza. Tampoco discusiones a garabato limpio o expresiones groseras como oímos hace poco. El debate de una nueva Constitución debiera exigir, entre otros atributos, formalidad.
Sí, formalidad, esa palabra tan pasada de moda en Chile y que espero se haga presente en el lugar, en los modales y en el lenguaje de la Convención que estudiará un documento tan formal como es una Constitución. Así lo habría querido Andrés Bello, que relacionaba una buena ciudadanía con conceptos como ‘gravedad' y ‘decoro'.
El lugar para la deliberación de una Constitución debe ser hermoso y formal, un marco apropiado para un proceso histórico. Pero de nada sirve un buen marco si no alberga algo valioso en su interior. Espero que la Convención Constitucional acoja a hombres y mujeres con cariño por Chile y talento para tomar lo bueno de nuestra historia, como hicieron los arquitectos que restauraron el lugar y no demolieron todo. Constituyentes con sensibilidad a la cultura y a los buenos espacios públicos, capaces de dialogar con respeto y de articular buenos acuerdos (otra palabra pasada de moda, con desastrosos efectos para el país). En fin, personas capaces de experimentar la belleza y abiertas a conciliar sueños y anhelos con diagnósticos y reflexiones cimentados en el conocimiento y la racionalidad.