Chile está por convertirse en el primer país del mundo que promulga una ley de neuroderechos, pioneros en crear un cuerpo legal que proteja el cerebro y su integridad, de lo que amenaza el libre albedrío: neurotecnologías que controlan, moldean y esclavizan.
La iniciativa se originó en la Comisión Futuro del Senado y algunos de sus integrantes reflexionaron sobre el sorprendente acontecimiento.
Senador Guido Girardi: “Un desafío al futuro”.
Senador Francisco Chahuán: “Estamos haciendo historia”.
Senador Juan Antonio Coloma: “Es el gran cascarón que cambia”.
La iniciativa, que también es insólita, no tomó en cuenta que una cosa es el cableado neuronal del cerebro humano —intrincado, nervioso, rico, eléctrico— y otra es el cableado chileno: ni limpio ni continuo, trenza retorcida, tramos envueltos en cinta aislante, ladrones eléctricos por aquí y allá, abuso del alargador, harto alambre pelado y un tendido irregular, para una actividad cerebral de baja intensidad e intermitente.
La condición del cableado implica un pensamiento discontinuo e incoherente que tiende a la desintegración, debido a vasos conductores plagados de cortocircuitos, apagones y sobrecalentamientos.
Coherencia y consecuencia, por lo tanto, son objetivos imposibles de lograr, debido a un fluir neuronal dominado por la escasez de pensamiento y el reinado del lugar común, ese eterno retorno que explica vueltas de carnero, fugas imposibles y tendencia al desvarío.
Inmiscuirse en el pensamiento profundo es una selva pantanosa.
El pensamiento colectivo es desordenado como cumpleaños de mono.
Nuestra solidez mental es un racimo a mal traer, asado bajo el sol.
En estas condiciones:
¿Cuántos datos cerebrales nos van a extraer las neurotecnologías? Ni uno.
¿Se puede leer lo que un chileno está pensando? Imposible.
¿Y lo que una chilena está pensando? Eso sí que sería raro.
¿Hay algo más acá de la conciencia y más allá de la consciencia? Repítame la pregunta, porfa.
¿Qué es el inconsciente? Es como heredar un campo.
¿Qué grandes construcciones mentales nos pueden arrebatar? Ninguna.
¿Esclavizar nuestros valiosos cerebros? Nadie va a perder el tiempo.
¿Alguna neurotecnología querrá intervenir nuestro pensamiento? Mejor si lo hace.
Nuestro universo mental es “pichiruchi” y hasta se diría “pichiruchi-vulgar”; sin embargo, he aquí la arrojada novedad: desde la nada reaccionamos como país pechugón y pobretón, con una guapa ley de neuroderechos y esa marca obsesiva de ser los primeros en el mundo.
Esto no termina acá.
En la sesión de la Comisión Futuro del Senado, el neurocientífico español Rafael Yuste, líder del proyecto BRAIN, sintetizó el momento con una frase igual de sencilla que la reflexión del senador: “La humanidad nos está mirando”.
Sencilla y cierta, debido a que otro participante, el cineasta alemán Werner Herzog, filmará el nacimiento de la ley y a sus protagonistas.
¿Será tipo serie, con humor teutón, en la línea de Pinky y Cerebro?
¿O será el remake de una película que filmó en 1970: También los enanos empezaron pequeños?