No todo está dicho en las elecciones presidenciales de Perú. Las encuestas más recientes muestran que Keiko Fujimori acorta la distancia con Pedro Castillo, y también que hay menos electores que rechazan a todo evento votar por ella. Esta disyuntiva en la que están los peruanos confirma el riesgo de la dispersión de candidaturas que lleva, al final, a una extrema polarización, donde la alternativa está lejos de ser la preferida por amplios sectores de centro o centroderecha que por personalismos, diferencias tácticas o rivalidades de distintos orígenes, pero con similitudes en sus programas y visiones políticas, no pudieron ponerse de acuerdo en una opción ganadora.
Keiko, la hija del expresidente preso, investigada por corrupción, parece ahora el “mal menor” para quienes temen ver a Perú en la ruta de Venezuela o, en el mejor caso, de Bolivia. A diferencia de Lenín Moreno, que en Ecuador se distanció de su mentor, Rafael Correa, y gobernó responsablemente, Castillo no ha dado señales de que se alejará del partido Perú Libre —de raíces “marxistas, leninistas y mariateguistas”—, que lo ungió candidato, ni del dueño del conglomerado, Vladimir Cerrón, un exgobernador de Junín condenado por corrupción y autor del programa de gobierno, quien no esconde su admiración por el Che Guevara y Evo Morales.
Castillo no ha hecho, por ahora, amago de cambiar su programa ni ha prometido respetar la institucionalidad ni hacer “pactos de garantías”; ni siquiera ha retirado declaraciones que anuncian eliminar el Tribunal Constitucional y la Defensoría del Pueblo, disolver el Congreso y reemplazarlo por una Asamblea Constituyente, o explicado cómo nacionalizará la minería y expulsará a las transnacionales.
Quizás algo de eso haga más adelante. Por ahora, la inquietud e incertidumbre sobre el camino que tome si gana el balotaje tienen las aguas políticas de Perú muy revueltas. Y a Keiko, decidida a ponérsele al frente a cualquier costo, partiendo por desafiarlo a un debate. Por mientras, ofrece modificar su programa para acoger a las fuerzas que en primera vuelta estaban muy lejos de ella. Ha conseguido que algunos excandidatos ya la apoyen, otros todavía lo analizan, pero nada garantiza que sus votos se trasladen.
Aparte de la “herencia autoritaria” de su padre y las aprensiones sobre el fujimorismo —una fuerza parlamentaria que contribuyó a la ingobernabilidad de los últimos años—, a Keiko le pesa pertenecer al establishment, en un ambiente de gran repudio al mundo político en general, y con un electorado voluble y sin miedo a los outsiders. En esos casos estuvieron desde Alberto Fujimori hasta Ollanta Humala, cuyas experiencias de gobierno no parecen disuadir a los peruanos de evitar el voto aventurado y emocional, que ahora favorece a Castillo.
Para millones de peruanos que se sienten abandonados por sucesivos gobiernos de partidos de distintos colores, el profesor de provincia representa la esperanza de lo nuevo, aunque “lo nuevo” sea la vieja ideología fracasada en tantos lugares de América Latina y que en Perú, además, rememora a Sendero Luminoso.