Luis Chaves (San José, 1969), uno de los escritores más destacados de Costa Rica, ha publicado poesía, narrativa y crónica; traducida a varios idiomas, su obra ha recibido reconocimientos y en su país, el Premio Nacional de Poesía 2012. En 2011 se le otorgó la beca Jean Jacques Rousseau, de la A.S.S. de Stuttgart. Sus volúmenes más recientes son la narración
Salvapantallas (2015), que reúne toda su poesía;
Falso documental (2016), y
La marea de Noirmoutier (2017). Su último título es
Vamos a tocar el agua, el primer texto de este escritor que llega a Chile.
Cada noche, antes de ir a la cama, una niña de cuatro años le pregunta al padre, entre llantos: “¿Por qué estamos aquí?”. Esto suena razonable; la chica, junto a su hermana mayor y su madre, han sido desarraigadas del mundo tropical para verse instaladas en el centro del invierno berlinés.
Vamos a tocar el agua es una historia autobiográfica. Chaves ha recibido uno de los más codiciados estipendios en el mercado de artistas: un año de permanencia y la obligación de aprender la difícil lengua alemana. El título se origina en la respuesta que la niña da a su madre: “Ma,
vamos a tocar el agua. Por unos segundos, las tres podían ver desde el espacio”. Chaves, con talento, posee los tics habituales de los narradores jóvenes; sin que pueda decirse que le falta el respeto al lector, en ocasiones parece creer que este último es lerdo y algo ignorante. Por ejemplo, cuando los Chaves visitan París el prosista nos señala las principales atracciones de la Ciudad Luz, tales como la Torre Eiffel, el Louvre, Versalles, etc. En Berlín nos deleita con los museos de la capital germana, tales como el Kunsthistorisches Museum, die National Gallerie, der Archivfür Geschisteim Europäische Annalum, etcétera. Chaves también es ingenuo al exhibir su erudición literaria. Muchos conocen a Hauptmann, Mann, Enzersberger, Böll, Grass, Herta Müller o Rilke; aunque pocos han tenido acceso a la bibliografía moderna que Chaves favorece, en especial, la poesía, circunstancia que le sirve para ponernos al día en los versificadores de su país y Centroamérica, incluyendo una breve referencia a nuestro Germán Carrasco.
Los protagonistas de
Vamos a tocar el agua son —ya lo dijimos— el propio Luis; su mujer, que obedece al nombre de Marijo, y sus hijas, llamadas simplemente Lamayor y Lamenor. La frase que da lugar a este bello ejemplar, deriva, ya lo señalamos, de su hija menor y bien podría comprender la limpidez, la retención emotiva de su prosa, la densidad de su estilo, todo ello ensimismado en una experiencia ficticia que es el registro de una “realidad irreal”. El problema es que esta realidad imaginada fatalmente se enfrenta a su doble: el desarraigo, la vulnerabilidad, la total indefensión de las migraciones forzadas. Ese tema es el telón de fondo de
Vamos a tocar el agua. Sin embargo, es como si Chaves no supiera en realidad qué hacer con él, y solo se atreviera a traducirlo a su equivalente artístico, esto es, la manera de vivir de un autor en residencia, con sus altos y bajos, su soledad no mitigada por la vida familiar, el vivir a la intemperie en una nación donde es imposible entender a los demás.
Vamos a tocar el agua está dividido según las cuatro estaciones del año. La diferencia, por cierto, radica, en que en Costa Rica no hay estaciones y los ticos viven un verano perpetuo. En Alemania, y en concreto en Berlín, los doce meses calendario parecen un invierno continuo: no hay luz; a veces cae la nieve, otras veces no; llueve, hay un frío que cala los huesos, y solo en verano (algo sumamente relativo) los habitantes de la metrópolis se desinhiben hasta un punto que resulta perturbador, incluso para los tropicales más desenfadados. Así, Luis no puede evitar escandalizarse cuando va con su familia al Wansee y ve a teutonas y teutones completamente desnudos. Los Chaves no son precisamente cohibidos, si bien no pueden evitar la sempiterna actitud latinoamericana de choquearse ante las costumbres de un territorio que les es ajeno.
Vamos a tocar el agua da cuenta del transcurso del tiempo por medio del conjunto multiforme, agitado y extraño que es la situación que siempre enfrenta una familia, sobre todo de origen hispánico, en el extranjero. La conciencia acerca del modo en que las vivencias interpersonales se transforman en recuerdos, una vez que son escritas (o incluso con anterioridad), son la parte y el todo de este notable texto. Chaves dosifica los incidentes que tienen lugar en esta narración: “Es el cuerpo de uno, pero no es exactamente uno. Chavo era el mejor amigo de Luis Fer, quien me envió el mensaje. Más tarde me compartió una foto que Chavo le había enviado minutos antes de entrar al Pacífico para perder su vida. En primer plano se veía una hilera azul, al fondo el mar y un cielo incandescente.”