Es el acrónimo de “You Only Live Once”. Lo inventó Drake, un rapero canadiense, hace ya una década, pero ahora se ha puesto de moda para explicar las conductas que emergen tras la pandemia. YOLO es la predisposición a correr riesgos, lo que sobreviene después de un largo tiempo de ansiedad que empuja a un re-balance de las prioridades en la vida. Según Kevin Roose, del NYT, es lo que estuvo detrás de los “compradores hormiga” que inflaron el precio de las acciones de GameStop, una tienda de videojuegos al borde de la quiebra, amenazando a Wall Street con un colapso. En Estados Unidos el síndrome se expresa también en formas menos dramáticas: profesionales que abandonan empleos de altos ingresos y prestigio, para lanzarse en proyectos personales altamente inseguros o para trasladarse a localidades que ofrecen mejor calidad de vida; retiro de los ahorros para usarlos en aventuras especulativas, como las criptomonedas; cambio de empleador no en búsqueda de mejores remuneraciones sino de más tiempo libre, de una labor que se pueda desarrollar en forma remota o de un vínculo con empresas que comparten sus valores. Esta disposición al riesgo es posible, en parte, por los beneficios que ha entregado el gobierno durante la pandemia: esta red de protección permite otorgar un lugar más central a motivaciones que trascienden las necesidades materiales y la contingencia.
Suena familiar, ¿no? En Chile, casi medio millón de capitalinos se han trasladado a vivir a regiones, algunos aprovechando las posibilidades del teletrabajo y otros simplemente buscando mejores horizontes. El ritmo de creación de nuevas empresas y la inversión en ellas se han acelerado; ni qué decir de los emprendimientos informales, como se aprecia en las redes sociales. Surgen quejas por la estrechez de mano de obra en rubros con elevadas exigencias y alto desgaste, seguramente porque se estima que sus recompensas no compensan el sacrificio que demandan. El YOLO también contamina la política: basta ver cómo, más allá de las gárgaras de rigor, sus agentes privilegian los intereses propios más inmediatos a costa de cualquier proyecto colectivo de largo plazo.
El caso más patente lo ofrece el retiro de los fondos de pensiones. Como se ha confirmado, una vez que se le abrió la puerta no hay poder humano que pueda detenerlo. Para unos obedece a una situación desesperada por la falta de apoyo del Estado; para otros, simplemente a un populismo político desbocado. Pero hay algo mucho más potente, que va más allá de las carencias o los mesianismos: la atmósfera YOLO. La gente quiere su plata ahora y manejarla por ella misma. No para gastarla alocadamente, como se creyó, sino para pagar deudas, para mejorar la casa, para hacer negocios, o simplemente, para tenerla a la mano en caso de que las cosas se compliquen aún más —así lo constató el Banco Central: más de la mitad de los fondos retirados están guardados bajo el colchón.
“¿Que el retiro me dejará sin pensiones, me dicen ustedes? Qué importa, si ni siquiera sé si habrá futuro. ¡YOLO!”. Tiene la fuerza de un tsunami. No hay político ni institución que lo resista.
Se anuncia que tras la pandemia podríamos entrar a un etapa como la que vivió el mundo luego de la gripe española y la Gran Guerra: los locos años 20 o Jazz Age, como se le conoce en Estados Unidos; un período en el que florecieron la creación artística y la innovación económica, el hedonismo y la experimentación política. Si así ocurre, es de esperar que se aprenda de la historia y que la fiesta no desemboque nuevamente en el fascismo y la violencia.
Mucho antes que Drake y su YOLO, el dúo español Azúcar Moreno popularizó un tema que ayuda como pocos a comprender lo que mueve los tiempos actuales. Por si no lo recuerdan dice así: “Si no quieres aguantar y te quieres liberar, una frase te diré: solo se vive una vez”.