Colo Colo no necesitó demasiado para estirar su paternidad a veinte años en el Estadio Monumental. Apenas un ordenado esquema para aprovechar los vacíos de la U en el segundo tiempo y, de esta manera, gozar del mejor de los mundos: puntero circunstancial después de dos años, dueño absoluto de un clásico cada vez más desbalanceado y merecedor de exagerados elogios en el análisis de otro duelo sin grandes emociones, como viene siendo frecuente.
Gustavo Quinteros podrá celebrar el nuevo equilibrio logrado en una escuadra que aligeró en años y nutrió de variantes ofensivas. A partir del despliegue de Leonardo Gil -un volante hecho para grandes batallas- dispone en ofensiva de un abanico amplio donde el entrenador ya jugó sus cartas. Optó por Costa, Bolados, Morales y Rodríguez, pero tiene a su disposición múltiples variantes con Jara, Valencia, Parraguez, Blandi, Fritz, Gaete y Solari, lo que parece ser un juego de abundancia extrema para cualquier paladar. Con todo, a este equipo le falta una dosis de talento en la gestación para entusiasmar realmente, aunque para el medio local sobra.
El tema es la Universidad de Chile, porque sería injusto endosar a Rafael Dudamel las frustraciones de dos décadas y las angustias de los últimos años. Para un equipo que ve por el retrovisor como la Universidad Católica se le acerca en títulos y hace rato la sobrepasó como institución, la urgencia del cambio es evidente para seducir a las nuevas generaciones, aunque en el corazón azul se sostenga que crecen más en la derrota, lo que pongo en cuestionamiento.
Objetivamente, el plantel de los azules tiene más potencial -mucho más- del que ha mostrado en el arranque. Un equipo con muchos resguardos defensivos y con pocas luces en ataque perderá casi siempre en los duelos trascendentes. Así ha quedado en evidencia en los clásicos y en la Libertadores, donde no hay asomo de jerarquía.
Ayer en el Monumental dependió de las libertades que podía generar Espinoza, pero un esquema insípido y previsible jamás la puso como candidata a romper la historia.
El problema es el futuro cercano. Rota la confianza en el técnico venezolano, la disyuntiva de los camuflados y misteriosos nuevos propietarios es clara: o demuelen el esquema construido por la dupla Vargas- Goldberg sustituyendo al entrenador y, de paso, instaurando una nueva línea de conducción, o respaldan el proyecto a la espera de un momento que sea más propicio para instaurar el nuevo orden, como por ejemplo el receso, que les permitiría además modificar el plantel.
Como no somos de los iluminados que conocen a los nuevos dueños, la incógnita seguirá viva al menos por una semana, hasta que la compra de las acciones y la elección de un nuevo directorio entregue más luces. Lo único claro es que para romper el maleficio, para empoderarse nuevamente, para sentir que pueden ser protagonistas (la gran aspiración que motivó los cambios) con lo que han mostrado no están ni cerca. Ni remotamente cerca.