Desde tiempos inmemoriales, una sociedad enfrentada a una situación crítica experimenta incertidumbre, desconcierto y temor. En el tiempo de los chamanes, si se realizaban los sacrificios que según su visión eran requeridos, usarían la magia que haría posible superar las dificultades.
En el mundo moderno no se habla ya de chamanes ni de magia, pero la sociedad está igual de vulnerable y dispuesta a aceptar propuestas y proposiciones que serían impensables si no imperara el miedo. Ello facilita la toma de decisiones de los políticos, asesorados por técnicos, como en el caso del covid-19, para suspender una de las libertades básicas de nuestra sociedad: la de movilizarse libremente. El lado negativo es que esos mismos técnicos, después de más de 12 meses de iniciada la pandemia, no se ven obligados a explicar en forma más rigurosa sus metas, haciendo un contrapunto con el sinnúmero de problemas que afectan a la sociedad. No han debido precisar si lo que postulan es la única alternativa o si hay otras opciones y cuáles serían las consecuencias de cada una de ellas. Ante medidas tan extremas, toda la información debiera estar disponible en forma oportuna para que la sociedad pueda comprender y criticar lo que se hace. Debiera quedar claro por qué otros países no han recurrido a medidas tan extremas y sus resultados no son peores que los de Chile. O, al contrario, por qué otros han sido aún más drásticos y no por ello la pandemia ha sido menos grave.
Con más de un año de restricciones, con costos humanos incalculables, solo el miedo explica que esa discusión no se esté dando a todo nivel. Por ejemplo, los datos indican que hay comunas de Santiago que, corrigiendo por las edades y composición de la población, tienen una mortalidad seis veces mayor que otras. ¿No estarán indicando dichos datos que las restricciones las cumplen los que de todas maneras se cuidarían, pues pueden hacerlo y los que no lo hacen es porque su hacinamiento y nivel de ingreso se los impide?
En lugar de las restricciones generales, ¿no sería más efectivo que el Gobierno asumiera la necesidad de un programa de vacunación más acelerado y dirigido a ciertas zonas vulnerables?
Estas líneas no tienen el propósito de elaborar más esta discusión, sino mirar desde otro ángulo las consecuencias de un estado de ánimo social dispuesto a aceptar propuestas que no prosperarían en condiciones de normalidad.
Se puede observar cómo en Chile y en otras latitudes, aparecen planteamientos que buscan transformar las sociedades, no importando si con ello se destruye gran parte de sus instituciones y su potencial de progreso. Ante una capa social que se siente vulnerable, afloran con fuerza las ideas de quienes estiman que se debe hacer borrón y cuenta nueva con lo que existe para supuestamente crear algo mejor. No se dice explícitamente, pero se avanza en posturas que tocan aspectos neurálgicos. Si se logra avanzar en distintas áreas críticas en forma simultánea pueden llegar a ser exitosos en su tarea de destruir lo existente. Ello les daría quizás la oportunidad de avanzar en su utopía.
Pero, así como en las crisis puede facilitarse la tarea de destruir, es posible que, sin perseguir visiones mesiánicas, se avance en aspectos que permitan la creación de nuevas oportunidades y de mejores niveles de vida. Sin el impacto de la pandemia, habría sido imposible modificar los protocolos para aprobar el uso de nuevas vacunas. Pero el haberlo hecho permite no solo que hoy el mundo disponga de ellas, sino que también los países que han avanzado más en su aplicación ya estén cerca de poder mirar la crisis como algo del pasado. Por otra parte, se ha adquirido experiencia en nuevas tecnologías, que en el futuro podrán protegernos de las variaciones del virus SARS-CoV-2 o de nuevas amenazas que hoy no imaginamos.
En el plano de las empresas, la adopción acelerada de una nueva forma de funcionar, utilizando el potencial de la tecnología de la información, tendrá efectos muy positivos en los aumentos de productividad.
Es esta perspectiva de la crisis como factor de creación la que nos permite mirar con optimismo las oportunidades que una economía mundial en recuperación tiene para Chile. En las últimas semanas hay países, como Canadá e India, que se han visto más afectados por el covid-19. La vacunación sigue lenta en Europa, pero China está claramente estabilizada y Estados Unidos mantiene un acelerado ritmo de recuperación. La prolongación de las medidas restrictivas en Europa hace prever un crecimiento mundial algo inferior al que se proyectaba un mes atrás. Siempre, eso sí, en niveles muy dinámicos, ya que se espera que el mundo crezca, medido a Paridad de Poder de Compra, a una cifra muy cercana al 7% durante este año.
A pesar de la visión positiva que nos permite visualizar un mundo dinámico en los próximos 12 meses, las consecuencias de propuestas que podríamos catalogar más bien de destructivas son materia de preocupación en el mediano plazo.
Cuando la extrema izquierda del Partido Demócrata propuso el “Green New Deal” o la “Modern Monetary Theory” como guía monetaria y fiscal, no parecía que pudiera materializarse. Hoy el plan de infraestructura planteado por el Presidente Biden tiene poco de infraestructura y mucho de cambios revolucionarios con sabor a “Green New Deal”. La manera como el Tesoro americano y la FED parecen estar actuando, tiene un aire a la “Modern Monetary Theory”, que postula que la emisión monetaria debe acomodar todo aquello que el presupuesto exija. Es temprano para saber cuán lejos se llegará por estos caminos, pero es un riesgo nuevo para el progreso a largo plazo que la crisis ha hecho posible.
Más aún y en otro plano, la coalición gobernante en Estados Unidos evalúa cambios que, de concretarse, tendrían enormes implicancias en su estructura institucional y su estabilidad. Se habla de aumentar los miembros de la Corte Suprema, lo que llevaría en la práctica a transformarla en otra cámara política designada por el gobierno de turno. Su capacidad de contener a los órganos elegidos popularmente para que actúen dentro de la Constitución se haría mínima. Por otro lado, se busca cambiar la estructura del Senado, sea a través de la forma de nombrar sus miembros o agregando como estados a sectores favorables al Partido Demócrata. Por ejemplo, Washington D.C., que votó en más de un 90% a favor de Biden. Parece que la intención es desdibujar el concepto de país federal, fuente de estabilidad y garantía de certidumbre, entregando un poder mucho mayor al gobierno central. De nuevo, si la crisis termina permitiendo cambios de esta naturaleza, las consecuencias repercutirán en la economía mundial por muchos años.
En el caso de Chile, la crisis parece haber generado muchas más oportunidades de destrucción que de creación. De hecho, dentro de estas últimas solo cabría mencionar la capacidad de la sociedad de apoyarse en sus logros pasados. Por ejemplo, la campaña de vacunación que un sistema integrado de profesionales y de logística ha hecho posible, o la solvencia fiscal y del sistema financiero que han permitido apoyar a personas y empresas durante estos meses.
Pero los intentos de destrucción abundan. Recordemos que en el país se superponen una crisis sanitaria y una de violencia. La última llevó al Gobierno a aceptar la incertidumbre máxima: redactar una nueva Constitución. Es difícil imaginar una sola medida que, si no es bien conducida, pueda ser más destructiva.
Pero hay otros puntos neurálgicos que se busca destruir. Son muchos y solo mencionaremos uno. En una sociedad libre y responsable es importante que las personas puedan tomar decisiones para su vejez. Las AFP cumplieron bien su tarea de proteger los ahorros. Mucho mejor de lo que nadie imaginó. Pero si no se cotiza es imposible tener una buena pensión. Significa que se debe confiar en la familia o en el apoyo a los más vulnerables que la sociedad pueda o quiera efectuar. Pero presentando tendenciosamente esta realidad, se creó a través del tiempo una animadversión contra las AFP que hizo factible que ante la crisis actual se iniciara el desmantelamiento del sistema.
La izquierda extrema no puede estar más satisfecha. Lo dijo siempre, quiere un sistema politizado, en que las personas recibirán lo que el sistema político pueda o decida y que, si hay fondos, los maneje dicha clase política. Que hubiera muchos ciudadanos con ahorros les hacía difícil actuar como hizo en el pasado Argentina, simplemente tomar los recursos para el gobierno y prometerles pensiones a los ciudadanos. Sería útil que los que están ilusionados con esa opción, vean qué les sucede a los jubilados que no tienen algún privilegio cuando se elige ese camino. Pero mientras más retiros excepcionales se aprueben y millones de chilenos saquen todo lo que tienen, un número menor de personas sería afectada si en el futuro, con un país empobrecido, se intente capturar los fondos previsionales por parte del gobierno. No solo se habrán perdido las pensiones ganadas con esfuerzo, sino también el progreso se hará muy difícil sin un mercado de capitales.
A Chile, las crisis recientes parecen haberlo llevado por el camino de la destrucción. Solo cabe esperar que la sociedad tenga aún la capacidad de salirse de ese derrotero y emprender el de la creación. Las próximas elecciones, especialmente de miembros de la Convención Constituyente, serán indicadores de si ello es aún posible.