Doce equipos, que son considerados los más poderosos de Europa y obviamente del mundo, anunciaron el domingo que ya se cansaron de estar recibiendo migajas y que a partir del año próximo jugarán un torneo entre ellos y otros ocho competidores (tres más que estarán, como ellos, utilizando un cupo permanente y otros cinco que variarán año a año de acuerdo a un sistema de clasificación aún no definido) denominado Superliga Europea.
Los 12 clubes fundadores de este conglomerado —encabezado por ahora por el presidente de Real Madrid, Florentino Pérez— cuentan con el apoyo de un poderoso aliado: el dinero del banco estadounidense JP Morgan que aportará la escalofriante suma de 4.200 millones de dólares entre los 15 socios fundadores que finalmente se logren consolidar (algunos que estaban entre los posibles candidatos ya han desistido) comprometiéndose que a largo plazo la cifra del aporte llegará a 12 mil millones de dólares.
La motivación entonces de Real Madrid, Barcelona, Manchester United, Manchester City, Liverpool, Chelsea, Arsenal, Tottenham, Atlético de Madrid, Juventus, AC Milan e Inter de Milán, que son por ahora los que componente este grupo “rebelde, elitista, separatista y egoísta” como ha sido calificado por diversos personajes y entes, es claro: el dinero a recibir es demasiado seductor.
Por cierto, la FIFA, y en especial la UEFA, están en contra de esta invención. Ello porque esta Superliga se piensa jugar a mitad de semana, es decir, ocuparía los espacios del calendario que hoy llenan la Champions League y la Europa League que, obviamente, no podrían contar con los clubes que participarían en la nueva instancia.
Pero la UEFA ¿no tiene acaso parte de la culpa por esta rebelión? Sin duda. La orgánica europea anunció que a partir del próximo año pretende aumentar en cuatro equipos los participantes la fase de grupos del torneo (llegando a así a 36). Obviamente, subirá la cantidad de partidos a jugar.
Sin duda esto ha sido ideado —igual que la Superliga— por motivaciones netamente económicas: el “producto” tendrá mayor valor de mercado y, por tanto, se subirá el monto de venta televisiva, aunque no por ello llegará más plata a los participantes, sino que se repartirá en más porciones, que es lo que indigna a los clubes más poderosos.
Por todo ello, esta disputa que parece tan lejana hay que observarla como realmente es: una pelea de índole comercial en la que de un lado y del otro se quieren obtener ganancias, aunque ello distorsione lo que realmente importa: la calidad competitiva de los torneos europeos.
Una liga que cuenta todos los años con los mismos 15 de 20 equipos (el 75 por ciento) es tan aburrido y anticompetitivo como una copa europea de campeones que amplía la participación y aumenta la cantidad de encuentros en forma artificial.
No hay en ninguno de los dos bandos algún argumento deportivo de peso para sustentar sus proyectos. Ahí está el problema. Ese es el punto. Ninguno entiende que, sin competencia, dejarán de jugar fútbol y solo jugarán a la pelota. Pobrecitos niños ricos.