A nuestro gobierno le ha costado hallar una estrategia política que sea comunicada y cale en el país. Al Presidente, palabra que pronuncie, a veces razonable e inteligente como es él, tiene el resultado de hacerlo retroceder. Sin embargo, una mirada circunspecta al combate contra la pandemia nos hace presumir que es la más adecuada de acuerdo a las circunstancias.
Lo que no permite ser tan optimista es la perseverancia de la pandemia política. Se sacan las palmas el Colegio Médico y el Colegio de Profesores (que logró la aristocrática vacuna Pfizer y no la más proleta de Sinovac), algo distinto de los miles de profesionales a lo largo del país. El primero parece que no sabe que de alguna parte hay que sacar fondos para confrontar estos gastos colosales, y que por eso el Gobierno debe equilibrar las cosas de modo de mantener abierta la economía lo más que se pueda; y el segundo se comporta como si importara un rábano que una generación de niños y adolescentes se eduque o no. Otros pescan a río revuelto amenazando con acusaciones constitucionales.
Parece ser un hecho que la pandemia ha afectado más a Europa —donde las discusiones son similares a las nuestras, solo que con menos crisis política— y América que al resto del mundo. ¿Por qué? Por ahora solo se pueden entretejer hipótesis, como que son democracias con menos autodisciplina y poblaciones hastiadas de las cuarentenas. Esto habrá que pensarlo más adelante.
Dejando de lado el caso chino, un sistema autoritario con recursos políticos propios del totalitarismo, hay que reconocer que les ha ido relativamente bien a las democracias desarrolladas de Asia (Japón, Corea del Sur, Taiwán), y a Australia y Nueva Zelandia. No así a las democracias desarrolladas de Europa y Estados Unidos; Canadá ha estado mejor, pero aún no sale de sus dolores.
Desde este Chile del fin del mundo, la estrategia de cierre y apertura no ha diferido demasiado de otros países de América, en general relativamente más exitosa. En vacunar a la población, que parece ser el método más seguro, ha estado en la vanguardia. En cuanto a sus cuitas, han sido parecidas a las de los vecinos, si bien partimos de una base económica más consolidada, ventaja que perdemos aceleradamente. Mirada desde Chile, la comparación es muy relevante, ya que en cantidad de fallecidos por millón de habitantes (estadística del 15 de abril) llevamos 1.284, frente a 1.295 de Argentina; es decir, estamos en la misma. Lo señalo porque en Chile algunas voces estentóreas repetían que en Argentina se preocupaban de la salud, mientras en Chile la estrategia era salvar a las empresas. ¿Estulticia o redonda mala fe?
Tengo claro que en términos de domeñar la pandemia, la cifra más decidora es la de los nuevos contagios. Con todo, es la muerte de un ser humano la más definitiva, y desde luego será la cifra que van a blandir los demagogos como ajuste de cuentas. Por eso es importante ponerlo en perspectiva. Brasil, caso más discutido, tiene 1.702 fallecidos; México, 1.635; EE.UU., 1.705. De los países europeos, la Madre Patria tiene 1.641, Italia 1.911 y Francia 1.466; Israel, que pareciera emerger de esta pesadilla, 729.
Es lo que a uno le permite decir que Chile, no solo por el proceso de vacunación, sino mirando al paisaje global, especialmente en las democracias, está bregando como el resto, con días buenos y otros de desmayo, pero con la certidumbre que se emplea la mejor ciencia, la técnica más eficaz y con una estrategia congruente con el desafío. La pandemia política, en cambio, nos tienta a encaminarnos a un abismo camuflado de lecho de rosas, parte de una creciente ingobernabilidad del país.