“La mañana siempre vuelve,/ siempre vuelve con su luz,/ siempre hay un nuevo día,/ y un día serás madre tú. La canción ya ha acabado. El señor Linh se inclina ante el señor Bark, como para saludarlo”.
Este pasaje se encuentra al promediar La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel (Nancy, 1962), quien ha sido profesor y guionista de cine y televisión. Además de dar clases en liceos y en la Universidad de Nancy, dedicó su tiempo libre a enseñar a niños discapacitados y a presos. Ha obtenido numerosos galardones, ha sido traducido a las principales lenguas europeas, y esta novela, publicada por primera vez en castellano en 2006, permaneció durante meses en la lista de libros más vendidos. Además, Claudel ha escrito y dirigido dos largometrajes con dos premios César, es miembro de la Académie Goncourt, pero reside en Lorena, la zona en que se educó.
Una fría mañana de invierno, tras un azaroso viaje en barco, un anciano desembarca en un país que podría ser Francia, u otro europeo, donde no tiene idea de nada, no conoce a nadie y cuya lengua ignora. El señor Linh escapa de una guerra que ha devastado su aldea, ha aniquilado a su familia y hecho pedazos el entorno en que vive.
El conflicto bélico le ha privado de todo, menos de su nieta, un bebé llamado Sang Diu, que en la lengua vernácula significa “mañana dulce”. Sang es una niña dulce, tranquila, apacible, inteligente, que duerme cada vez que el abuelo tararea su nana, la melodía que durante ancestrales generaciones han cantado las mujeres de la familia.
Instalado en un refugio (ya sabemos cómo son los refugios franceses), al señor Linh solo le preocupa, hasta el nivel de la obsesión, su nieta, que es su única razón de existir. De súbito, conoce al señor Bark, un hombre robusto, afable, empático, cuya mujer ha fallecido recientemente. Un afecto espontáneo surge entre estos dos outsiders, que no se pueden dar a entender, pues se expresan en distintos dialectos, por más que sean capaces de comprenderse en silencio y por medio de leves gestos.
El señor Linh consigue, no obstante, escapar del centro de acogida con Sang Diu, e internarse en la inmensa, desconocida e incomprensible urbe, decidido a encontrar a su único amigo, quien había desaparecido del refugio. Su coraje y determinación lo conducen a un inesperado desenlace, profundamente conmovedor.
Tras el clamoroso éxito de Almas grises (2005), Philippe Claudel provocó nuevamente un gran impacto con esta delicada fábula sobre el exilio y la soledad, o lo que es lo mismo, la lucha por preservar la identidad. Su estilo narrativo en extremo depurado, casi minimalista, marca un punto decisivo en la trayectoria de Claudel. La nieta del señor Linh ha sido recibida con entusiasmo y extremo interés, en Francia y el resto de Europa, donde se han vendido centenares de miles de ejemplares y se ha vertido a veinticinco idiomas.
“Es el tercer día de la semana. Temprano, el señor Linh sale del comedor, el primero después de tomarse el desayuno. Los demás internos aún están mojando pan en su té o café cuando él avanza a buen paso por el césped, sabe que a esa hora de la mañana, las mujeres y los hombres de blanco se reúnen en una pequeña sala contigua al comedor. También ellos toman té y café, charlan, bromean (…). A esa hora la vigilancia se relaja. No se dirige hacia la reja, sino que se adentra en un bosquecillo que se ve desde la ventana de su habitación. Sabe que en ese lugar el muro que rodea el parque es menos alto y que la rama de un árbol casi lo roza. Camina deprisa. La niña, acurrucada contra su hombro, abre sus ojos de vez en cuando como para preguntarle qué se trae entre manos. Ahí está el muro. No se había equivocado. No es demasiado alto. Le llega a la altura de la frente, porque la parte superior se ha desmoronado. ¿Y ahora qué? La rama que veía desde su ventana, no le sirve. Está demasiado alta. No obstante, en el suelo ve un tronco seco erizado de ramas. Deposita a Sang Diu a un lado y arrastra el tronco para apoyarlo contra el muro. Lo utilizará como escalera de mano. Hace una prueba. Sí, funciona: ha llegado a lo alto con facilidad. Pero ¿cómo bajará al otro lado?, ¿con la niña en brazos?”.
Entonces comienza el genuino viaje existencial del protagonista. Sus introspecciones lo llevan a un profundo intento por conocerse a sí mismo y al entorno que le rodea. La ciudad ya no es tan segura como antes.