La U debió ganar en La Serena, aunque no lo merecía. Un imperdonable error referil se lo impidió, y seguramente enturbiará un debate que debería llegar a una sola conclusión: un equipo armado para pelear el campeonato no solo no funciona adecuadamente, sino que deja una pálida impresión tras haber jugado cuatro partidos en esta temporada.
Como viene siendo habitual en la institución, su panorama se ve afectado por una serie de factores que sus administradores han sido incapaces de controlar. El brote de covid-19, por ejemplo, debería haber significado rígidos protocolos y severos controles, que la insólita, inexplicable y absurda reunión convocada por Rafael Dudamel han dejado en ridículo. Ya no se trata solo de una sanción, sino de poner en riesgo todo el esfuerzo realizado por mucha gente para tener a flote la actividad.
La verborreica personalidad del venezolano no solo agobia en la entrega incesante de instrucciones tácticas, sino que requiere de una reunión fuera de horario para avanzar en un objetivo que parece central para él en estos momentos: ganarse la confianza de sus dirigidos, extraviada en tanta palabrería.
La carencia de un estilo, la confusión táctica de la mayoría de los partidos y la innegable confrontación con sus interlocutores —Goldberg y Vargas— no tienen comparación con su peor problema: la incógnita sobre el futuro de su proyecto. El inminente cambio de propiedad lo pone en el cadalso, sea quien sea el que haya comprado las acciones del club. Al decir de los pocos privilegiados que conocen los nombres y los planes de los nuevos propietarios de Azul Azul, el timón cambiará radicalmente de dirección en un par de semanas, y Dudamel ha hecho poco para que esa sea una decisión difícil.
Con dos puntos en la tabla, sin protagonismo en la cancha, con el técnico pendiendo de un hilo por distintas razones, la esperanza de estar en la lucha no se escapa, pero se difumina en estas rarezas que suelen convertir la marcha de la U en una eterna paradoja, donde la ilusión se va cayendo sistemáticamente.
Los azules debieron haber ganado ayer y, quizás, en el festejo de ese triunfo que no merecían se habría maquillado un presente inquietante, sobre todo por la falta de confianza y por el endeble sendero en que transitan, sin importar cuántas reuniones hagan o cuántas instrucciones vociferen.