“Esta cara yo la conozco”... Llevo unos pocos minutos mirando “Un viaje a Santiago” (1960) —la cinta que abre la nueva edición del Festival de la Cineteca Nacional, el próximo jueves 15— y ya congelé la imagen en la pantalla para verla mejor: cuatro huasos han llegado a amedrentar al dueño de unas tierras y uno de sus peones sale de la casona empuñando un fusil contra ellos. Es Víctor Jara. Antes de los discos, de la música y de convertirse en un mito. Nada menos. Un rostro pasajero que se pierde entre tantos otros, al interior de una película que por más de medio siglo estuvo virtualmente perdida ella misma, conservada apenas en copias borrosas y en las páginas de uno que otro libro de cine chileno, pero que regresa restaurada tras un intenso trabajo de rescate, limpia y clarita como agua de vertiente.
La fugaz aparición de Jara (la única que realizó en una película de ficción) convierte desde ya al filme de Hernán Correa en un artefacto singular, pero detenerse ahí es solo asomarse al borde de una cinta que por varias décadas fue considerada poco más que el intento fallido de un curtido camarógrafo y documentalista por aventurarse en terrenos narrativos. En su momento, la revista Ecrán declaró que “nunca Santiago nos pareció más feo que a través de las fotografías de esta película”; la crítica de revista Ercilla no se arrugaba al sugerir que “acaso no debió proyectarse”, y sin embargo, a sesenta años de distancia, no cuesta nada perderse en las imágenes de la capital avistadas por un grupo de habitantes de un ignoto pueblito sureño, quienes —tras llegar en tren y alojarse frente a Estación Central—, recorren las calles del centro rumbo al Congreso para solicitar a su diputado la urgente pavimentación del camino que los conectará con el resto de la región. Mientras el parlamentario hace lo imposible por hacerles el quite, los siete afuerinos visitan la ciudad, celebran la comida, mastican su amargura y caen redonditos en más de alguna trampa tendida por pillastres urbanos. A su manera, transitan el camino inverso a los futuros protagonistas de “El burócrata González” (1964) y “Ayúdeme Ud. Compadre” (1968), ratones de ciudad que se asoman a diversos rincones de un Chile que solo alcanza a ser fotografiado en clave de postal. La tensión entre el campo y la ciudad es la misma que ya se presentía en “El hechizo del trigal” (1939) y “Tonto pillo” (1948), y en cierto modo uno le encuentra razón a Ascanio Cavallo cuando en “Explotados y benditos”, su libro acerca del cine de los años 60, sentencia que el filme es el “último esfuerzo de idealización del medio rural” en el cine chileno. Por cierto que lo es: antes de terminar la década, los espectadores nacionales recibirían una feroz bofetada de miseria a través de los ecos campesinos presentes en “Largo viaje” y la brutal frontalidad de “El chacal de Nahueltoro”. Comparada con estas producciones, el lado más amable de las peripecias narradas en “Un viaje a Santiago” tiene aroma a “Pérgola de las Flores”, a radioteatro de la época o incluso a las recientes teleseries de Megavisión, todas habitadas en mundos cerrados e inmunes al caos del exterior.
Pero es el costado más ambiguo del filme el que nos resulta indeleble: un Santiago que presume de metrópoli, pero que entre neones, tiendas comerciales, liebres repletas de pasajeros, construcciones de escasos pisos y locales de plato único, aún tiene aire a modesta capital regional. A ratos, el túnel del tiempo nos devuelve imágenes como de otro planeta: una urbe en la que se divisan los nombres de Alessandri y Allende pintados en una que otra pared, un río Mapocho que baja repleto de agua, luminarias que apenas lidian con la oscuridad que sobreviene después de las ocho de la noche y donde las oficinas públicas están decoradas con pósters que claman “por un Chile sin analfabetos”. Vaya cómo la hemos dejado atrás. Vaya qué cercana se siente, todavía.
Un viaje a Santiago
Dirección de Hernán Correa.
Chile, 1960, 100 minutos.
Estreno digital: jueves 15 de abril, a las 19 horas, en Cinetecanacional.cl
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