Imagine los síntomas.
Una advertencia: no hablamos de fiebre, pérdida del olfato o tos seca, es decir, no es la pandemia ni su azote lo que nos ocupa.
Es otra cosa, más antigua y grave.
Es una enfermedad que permanece dentro de la mente y el cuerpo, sus causas son históricas y personales, y por eso mezclan rabia, miedo, desconfianza y desprecio.
Es un mal chileno y envenenado que se bebe todos los santos días.
Sus síntomas son inenarrables y de ardua descripción, es algo prohibido para los menores de edad y sin duda vergonzante.
Un posible remedio es la fantasía y la invención, que hieren con razón y dañan para mejor.
Por eso, entonces, imagine usted.
Imagine las siguientes situaciones:
Reunión de camaradería del PC, parte con picoteo, sigue con sangría y termina con análisis de la actualidad, y entre medio se concentran en Jorge Burgos y Ricardo Lagos.
La directiva de Chile Vamos, después de picar entraña y unas copas de vino, se dedica a Paula Narváez y Michelle Bachelet.
La directiva de la DC, posbrindis y parrillada, se focaliza en Pamela Jiles y Teresa Marinovic.
El polo PS-PR-PS, después de un asado con riego automático, se entretiene con Ignacio Walker y Jaime Ravinet.
Un grupo de directores de la CPC, la SNA y la Sofofa apura bajativos de los buenos, y se detiene en Camila Vallejo, Mario Desbordes y Gabriel Boric.
El Colegio de Profesores realiza un posgrado; en otros círculos, un tercer tiempo, y así llegan al actual ministro de Educación, Raúl Figueroa, y dos extitulares: Marcela Cubillos y Gerardo Varela.
El Partido Republicano, en torno a un jardín de cecinas y con un par de schops por cabeza, analizan a Izkia Siches y Alejandro Guillier.
El Frente Amplio se regala una completada, donde los packs de cerveza son inevitables, y se concentran en Fuad Chahin y Carlos Peña.
Imagine usted.
Imagine el clima festivo, el contexto de confianza y el humor patotero de ambos sexos.
Mejor, escuche escondido, porque son demasiados los denuestos, las comparaciones inauditas y la avalancha de ejemplos horrorosos.
¡Cuánta abominación y agravio, oh, Dios mío!
Entre la risotada que alardea y la sonrisa malvada y brillosa, luce la algarabía de los conjurados que bailan con la injuria y flotan con el ultraje.
Ni los hunos heridos y derrotados hablaban así de Atila, el tirano.
Ni los vikingos invasores describían con tanto encono y saña.
Ni los mayas se referían de esa forma a los conquistadores.
Mire la blasfemia, la herejía sin nombre y las vejaciones que no se arrugan con nada.
Son palabrotas con catapulta, flechas ácidas y estacas que brotan solas.
Silbar de cerbatanas, palabras corrosivas, recuerdos con ponzoña.
Imagine la lava ardiente y los escombros que arrastra todo lo anterior, y podríamos seguir.
Acá están los síntomas.
La denominada amistad cívica, si alguna vez existió, se hizo puré.
La enfermedad, por lo tanto, sigue sana y activa.
Aún no hay cura ni vacuna.
¿Alguna vez la habrá?
Imagino que no.