Uno de los instintos más fuertes en el ser humano es buscar la aprobación de los demás, pues somos, al menos en parte, el reflejo del juicio que otros tienen acerca de nosotros; confieso que, igual que a todos, me encantaría el aplauso constante cada vez que aventuro una opinión. Pero también tengo la suerte de no depender del beneplácito de las mayorías, lo cual me da libertad para pensar sin buscar la popularidad. Es más, no creo que la mayoría necesariamente sea la depositaria de la verdad o de la virtud; por el contrario, siempre he temido, con Tocqueville y Stuart Mill, el potencial abusivo de las mayorías, que puede conducir a la más grande de las tiranías, incluida la “tiranía de la opinión”, la más solapada y, por ello, la más perversa.
Dicho esto, me atrevo a proponer mi perfil ideal de constituyente, el cual, a la luz de lo que hemos visto en la franja electoral, tiene muy pocas posibilidades de constituir una mayoría en la próxima convención.
Quisiera un constituyente que haya hecho un proceso psicológico que le permita enfrentar su labor sin demasiada indignación, rabia y odio hacia quienes no piensan como él, con integridad intelectual y poseedor de ciertas virtudes como la tolerancia, la capacidad de entablar diálogos y buscar acuerdos, respetar la palabra empeñada y tener un apego irrestricto a la verdad. Que tenga convicciones, pero sepa distinguir entre aquellas y los dogmas inamovibles, más propios de una religión. Que entienda la democracia como la alternativa a la guerra y, por lo tanto, rechace con vigor e incondicionalmente cualquier atisbo de violencia en la deliberación constitucional. Sobre todo, que respete y haga respetar la institucionalidad, pues no hay ningún objetivo, por bueno que aparezca, que sea superior al respeto a las normas y reglas que nos hemos dado para convivir. El desacato a la Constitución suele ser la obertura de la anarquía y esta, a su vez, tiende a ser el preludio de la dictadura.
Yo demandaría también una comprensión mínima de la racionalidad y de la lógica jurídica, para evitar una Constitución que sea nada más que una agregación de buenos deseos, muchas veces incoherentes e incompatibles entre sí.
Me gustaría que conociera nuestra historia, entendiera que, como diría Edmund Burke, “debemos reformar para poder conservar”, adaptarnos al cambio, pero también respetar una cierta continuidad para preservar lo que somos y lo bueno que hemos construido, pues los seres humanos no somos una tabla rasa ni una página en blanco, en la cual unos pocos puedan inscribir un plan maestro sin raíces en nuestra historia o nuestra identidad.
Quisiera que tuviera claro que salvaguardar la libertad individual no es un objetivo político más, sino el requisito previo a cualquier forma de convivencia civilizada. Que al momento de establecer derechos entienda el principio de la escasez, de la existencia de recursos limitados para expectativas infinitas.
Ojalá también desee ardientemente que en esta discusión nadie gane todo para que nadie pierda todo; y que escriba una Constitución que permita la alternancia en el poder y los chilenos podamos elegir un gobierno socialdemócrata, pero también uno liberal.