Es un signo de los tiempos la facilidad con que nuestros dirigentes políticos, y las tecnocracias que los alimentan, invocan instituciones y medidas de otros países como ejemplos para Chile. Hay que proceder, dicen, con pragmatismo y sin prejuicios ideológicos en estas materias.
Sin ir más lejos, un precandidato presidencial enumeró hace pocos días, en estas mismas páginas, distintas instancias (empresas, consejos, fundaciones, bancos, subsidios, procedimientos) pertenecientes a Alemania, Brasil, China, Finlandia, Francia y Noruega que convendría adoptar en nuestro país. Los asuntos allí incluidos son variados: créditos estatales para un desarrollo diferente, energías renovables, nuevas funciones para fondos soberanos, empresas con potencial exportador, política industrial, mayores impuestos para la minería, planes estratégicos basados en diálogo social y organismos rectores de la innovación.
Este tipo de enfoque cosmopolita y comparativo tiene una ventaja: ampliar el horizonte de posibilidades y experiencias. Es interesante que tanto las derechas habitualmente reticentes frente a los modelos extranjeros como las izquierdas que hasta ayer denostaban la internacionalización de las políticas públicas por considerarla una forma de imperialismo, hoy se orienten por lecciones recogidas del exterior. En ambos lados se reduce, pues, la desconfianza frente a aquellos organismos que cumplen sistemáticamente esta función, como la Cepal, el Banco Mundial, la OCDE, el PNUD, el BID y otros.
Hay que tener cuidado, sin embargo, con transformar el préstamo comparado de modelos en un mero ejercicio de vitrinear. Esto es, escoger políticas desde el escaparate internacional para usarlas como prototipos. Resulta una práctica absurda e inconducente, pues no considera los contextos nacionales, su trayectoria, la organización de los Estados y las economías, las diferencias en niveles de desarrollo, las demandas de la población, la disponibilidad de capacidades técnicas y la situación geopolítica de cada país y su inserción en los mercados globales.
Por eso, juntar el China Development Bank con sede en Beijing con el plan de economía verde de la administración Biden, la flexiseguridad laboral danesa, el National Health System inglés, la política de innovación finlandesa, la estrategia de desarrollo de Australia, la educación dual alemana y la calidad de las universidades holandesas resulta una vana ilusión. No se compadece con ninguna realidad nacional ni sirve para orientar políticas en Chile. Siembra más confusión que la ya existente. Y, en el nombre de un malentendido pragmatismo, termina produciendo una suerte de foto collage con la función de copiar y pegar.