Las nuevas cepas del coronavirus están complicándolo todo. Cuando parecía que teníamos relativamente “domado” el SARS-CoV-2 chino, aparecieron sus “variantes”, que abren un escenario insospechado. Tres continentes tienen su cepa propia: Europa, África y América, con las mutaciones británica, sudafricana y brasileña.
Para mala suerte nuestra, la cepa brasileña parece ser la más indómita de todas: como la tierra de donde provino. La cepa brasileña es salvaje, exuberante, masiva, prolífica e indescifrable. Buena parte de los nuevos peaks en Sudamérica tienen que ver con esa cepa.
La cepa brasileña parece haber surgido como una maldición. La gente que todo lo ve en clave política dirá que la cepa brasileña es la “maldición de Bolsonaro”. El gobernante atraviesa ahora mismo por la hora más oscura de su mandato y las cosas solo van a empeorar para él.
Decirle “gripezinha” al coronavirus le está costando caro. La crisis por la cepa brasileña será en modo “mais grande do mundo”, y arrastrará a muchos países.
¿A Chile también? No sabemos. Dependerá de si las vacunas chinas, que son el eje de nuestra estrategia de inmunización, actúan en la cepa brasileña. Si no es así, será como partir todo de nuevo. El “día de la marmota” recargado.
¿Y existe una cepa chilena? Probablemente, pero tampoco lo sabemos. Pero si existiera, ¿cómo sería? ¿Veloz y letal, como la brasileña? ¿O tendría características criollas?
¿Sacará lo mejor de lo nuestro y se mostrará solidaria y fomentará la resiliencia y el orden? ¿O la “variante chilena” se exhibirá con características que hemos visto en el último año y medio: violenta, irracional e intratable?
Sepa Moya.
¡Qué tiempo que no usaba el dicho “sepa Moya”! Es parecido al “paga Moya”, es decir, que alguien, no sé quién, se hará cargo de pagar algo que yo no pienso pagar.
“Moya”, ese ente abstracto que algunos asocian con la “nada”, con el “destino”, con “los otros” o con el “fisco” es una figura más bien nefasta.
Es como cuando en el WhatsApp familiar uno escribe: “alguien que pase a comprar pan para la once”. Bueno, la mayor parte de las veces ese “alguien” equivale a “nadie” (o a “la soledad”, como le decimos en mi casa a ese ente abstracto inexistente en el que todos descansamos pero que nunca cumple: la “Soledad Moya”, la bautizaremos a partir de esta columna).
Bueno, “Moya” es la metáfora perfecta de lo que nos pasa: vivimos una crisis de egoísmo. Yo no quiero autocuidarme, pero quiero que “alguien” cuide a todos. No quiero que me afecte la pandemia y por eso quiero que “alguien/Moya” me pague el sueldo que dejé de recibir; cuide y eduque a nuestros niños; elimine mis miedos y mis dolores; y pague mis intereses bancarios si soy candidato y pedí un préstamo.
Las nuevas cepas ya están en el planeta, son inevitables. Pero de todas ellas, la más dañina es la “sepa Moya”, porque es la que impide que enfrentemos esta catástrofe como comunidad. Paremos de quejarnos, de reclamar y de hacer las cosas más difíciles. Cooperemos autocuidándonos, o al menos cerrando la boca, para no esparcir el virus ni las “toxinas verbales” que afectan la convivencia.
Ojalá que la “sepa Moya” no se convierta en la verdadera “cepa chilena”.