La discusión sobre el rol social de las empresas ha vuelto al tapete, y esta vez en serio. Ya no se trata de discutir en abstracto si las empresas deben enfocarse en maximizar sus utilidades cumpliendo con la ley y las buenas costumbres, o si también deben dedicar parte de sus esfuerzos a cuidar el medio ambiente o tener impacto social más allá de lo que su propio interés justificaría. Es que, por primera vez en años, el zapato está apretando.
Numerosas empresas globales, como H&M, Nike o Adidas, en los últimos meses han criticado los estándares laborales que existirían en el noroeste de China, zona que produce un 20% del algodón mundial. En un contexto en que muchos países han manifestado preocupación por las minorías musulmanas en esa zona, las empresas han salido a aclarar que no usan ese algodón. En reacción a este supuesto boicot, se inició una campaña semioficial en su contra, lo que ha restringido sus ventas y su acceso a plataformas tecnológicas.
El dilema es tremendamente complejo para las empresas. O satisfacen sus estándares de sostenibilidad —cumpliendo también con las exigencias de inversionistas y reguladores—, sacrificando su participación en un mercado que explica buena parte de sus ventas, o simplemente hacen vista gorda a sus propias acusaciones y políticas para cuidar su acceso al consumidor chino.
En principio, hay buenas razones para ambas posiciones. Por una parte, la subsistencia de muchas empresas depende del mercado chino, por lo que sostener una posición dura puede significar la pérdida de miles de empleos, servicios valorados e impuestos. En otras palabras, la destrucción de valor puede ser muy grande. Por otro lado, si las empresas consideran incumplidos sus propios estándares de responsabilidad e impacto social, debieran actuar en consecuencia, aunque esto conlleve pérdidas económicas. ¿No sería esta la naturaleza del concepto?
Pero las empresas no son las únicas interpeladas en esto. Los reguladores —en Chile y el mundo— están imponiendo exigencias de responsabilidad social que, llegado el momento de la verdad, pueden hacer exigible la toma decisiones drásticas. Los inversionistas, que crecientemente auscultan a las empresas en función de estos criterios, deben estar dispuestos a perder. Y las personas, que tantas veces pontificamos con facilidad, debemos buscar coherencia entre la responsabilidad social que exigimos a los demás y la que estamos dispuestos a ejercer con nuestras propias acciones y decisiones.
En la vida hay líneas o principios que no deben traspasarse. ¿Será este uno de ellos? En un mundo donde todo parece ser drástico, como en blanco o negro, la solución parecería ser obvia. ¿Qué haría usted?