El Catastro Nacional de Campamentos realizado por las fundaciones TECHO-Chile y Vivienda revela un explosivo aumento de campamentos a lo largo del país. En solo dos años, el número de familias viviendo en condiciones miserables, sin agua ni servicios de ningún tipo, aumentó en 74%, llegando a las 80.000 en casi 1.000 predios desde Arica hasta Temuco; la cifra más alta en 25 años. Se presume que una causa es el desempleo en pandemia, pero estos datos demuestran también la persistencia de un problema complejo e invisibilizado por décadas, como es el allegamiento de las nuevas generaciones en las casas de sus padres y abuelos, el hacinamiento de familias desposeídas o inmigrantes, a menudo víctimas de inescrupulosos y, subyaciendo todo esto, la absoluta imposibilidad de una parte de la población de acceder a una vivienda digna, aunque sea transitoria o de emergencia.
Los programas históricos de vivienda social han sido incapaces de dar solución al sostenido déficit habitacional para sectores necesitados. Peor aún: con las fórmulas que hemos utilizado en el pasado, es decir, subsidio estatal para vivienda en extensión y baja altura, con énfasis en la cantidad pero de dudosa calidad, sin inversiones públicas suficientes y siempre en la periferia, no hemos hecho más que contribuir a la permanente expansión de la ciudad y a exacerbar la desigualdad y la segregación social y espacial. Hoy es necesario abordar este problema de otra manera.
Es urgente distribuir las oportunidades de vivienda dentro de la ciudad consolidada. La integración social, que hemos ignorado, es un propósito superior, pues repara, compromete y construye una auténtica convivencia democrática. Existe más que suficiente suelo fiscal bien localizado en nuestras ciudades, incluidos predios vacantes de las FF.AA., para poner a disposición de proyectos de vivienda colectiva en gestiones público-privadas, tal como hicimos de manera ejemplar en otras épocas. Esta vivienda debería ofrecerse tanto en propiedad como en arriendo, con los subsidios respectivos, para incorporar diversas realidades. Debemos fomentar la organización de cooperativas, siguiendo el notable ejemplo de la comunidad Ukamau, que acaba de recibir su conjunto edificado en terrenos de la antigua maestranza de ferrocarriles en Santiago. En este mismo sentido, se hace urgente promover la densificación cualitativa, mesurada, en barrios de vivienda social de los años 50, 60 y 70, generalmente trazados en lotes de 9 x 18 m, hoy plenamente integrados a la ciudad y con buena calidad ambiental. Una visión política, con los instrumentos legales correspondientes, como la posibilidad de generar pequeños condominios, permitiría un virtual milagro: radicar a generaciones de allegados en sus propios barrios, de paso permitiendo la regeneración y revitalización económica de antiguos sectores de la ciudad.