¿Alguna vez lo han mandado a la punta del cerro? Chilenismo utilizado para rechazar, sin miramientos y de forma tajante, a una persona por alguna situación en particular. Pero hay quienes (literalmente) deben ir de manera voluntaria a la punta más alta de algún cerro cercano. Pero no para cumplir algún tipo de castigo precisamente, sino para realizar algo tan noble como el acto de aprender.
Por estos días en que cientos de escuelas y colegios están volviendo a sus formatos remotos de enseñanza producto de las cuarentenas, ¿se imagina usted tener que —además de todo lo que involucra acompañar a estudiantes desde las casas— tener que subir con una carretilla colina arriba, buscando conectarse a internet? Bueno, esa es la rutina que conocimos hace algunos días sobre dos hermanos en Valle del Elqui, quienes, para buscar una buena señal y sumarse a sus clases online, debían subir todos los días al cerro colindante a su casa.
Esta historia se viralizó gracias a su madre, quien les tomó una foto y la subió a las redes sociales, buscando mostrar con orgullo el compromiso de sus hijos. Es una imagen que conmueve, por cierto. Sobre todo, por la felicidad y alegría que relataban estos dos niños cada vez que lograban conectarse para ver a sus profesores y compañeros. Dos hermanos que, con cada trayecto a este especial punto de aprendizaje, buscan cumplir sus sueños: el más grande quiere ser veterinario y el menor sueña con ser jinete.
“Estamos en un lugar muy pobre, donde no hay agua, y sin internet, y aún estamos luchando para conectarnos; si no nos conectamos perdemos materia y entonces no podemos pasar de curso”, decía Manuel, el menor de los hermanos. No cabe duda de que estos dos niños son un ejemplo de resiliencia, compromiso y esfuerzo. Pero este tipo de situaciones no deberían romantizarse, porque ningún estudiante —sin importar donde viva— debería tener que subir a la punta de un cerro para aprender.
Cuando romantizamos este tipo de condiciones, corremos el riesgo de naturalizar situaciones que, bajo ninguna circunstancia, deberían producirse. ¿Cómo es posible que dos niños deban subir a un cerro, a pleno sol durante toda la mañana, para poder seguir estudiando? Todos los estudiantes deberían contar con las condiciones para poder aprender, sin tener que realizar “hazañas” para poder lograrlo.
Esta historia refleja el sacrificio de muchos alumnos, profesores y familias que, producto de la exacerbación de las brechas debido a la pandemia, deben rebuscárselas para seguir participando de los procesos de enseñanza y aprendizaje, en condiciones inimaginables. Fue tal el impacto de esta noticia, que una conocida compañía de telecomunicaciones de nuestro país les regaló conexión banda ancha y dos computadores para seguir sus lecciones.
¿Merecido premio? Por supuesto que sí. Qué duda cabe. Pero creo que la pregunta central es otra: ¿Deberíamos esperar que la empresa privada tenga que solucionar, a través de un regalo, ese tipo de realidades?
Un par de días atrás, los noticiarios contaban cómo —en algunas localidades aisladas de nuestro país— se instalarán antenas satelitales para llevar a cabo el proceso de las próximas elecciones. “Pareciera ser que importan más los votos que el aprendizaje”, comentaba un profesor de una escuela rural a una radio. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué no fuimos capaces de anticiparnos si tuvimos un año para hacerlo? ¿Por qué el hecho de seguir recibiendo educación depende del sector donde vives?
Yace acá el verdadero peligro de romantizar este tipo de realidades y esfuerzos. Ese que nos lleva a olvidar el abandono y precariedad en los cuales cientos de estudiantes y centros educativos realizan su labor diaria. Si no existe una verdadera voluntad política, junto a una fuerte inyección de recursos concretos y eficientes, en materia de educación, no solo seguiremos profundizando la desigualdad en las oportunidades de aprendizaje de los más excluidos, sino que también los seguiremos mandando —como siempre— a la punta del cerro.
Roberto Bravo GonzálezDirector Red de Escuelas Cap Maule