Chile nunca estuvo inmune, por mucho que en los 2000 parecía prácticamente erradicado el populismo. Eran los tiempos en que el protagonismo lo tenían los centros de estudios y los técnicos, donde las políticas se hicieron mirando el largo plazo. Tal vez el emblema de aquello fue la regla de superávit estructural, una forma de no gastarse toda la plata ahora, sino que guardar para más adelante. Algo que hoy se ve más cerca del faraón del Génesis que de nuestros días.
Es que Chile despertó. Y era necesario dejar atrás esa aburrida forma de hacer política, donde las felicitaciones del exterior —que iban a la par de las mejoras en todos los índices— no fueron suficientes para satisfacer una sensación de inconformidad.
Sin duda que hubo elementos autoinmunes que contribuyeron a desarrollar el virus populista: la crisis de representación, el excesivo dogmatismo, los abusos empresariales, la homogeneidad de la élite, el cambio generacional de una sociedad posdictadura, la pérdida del crecimiento económico y la sensación de una sociedad muy desigual. Entre otras.
A ello se sumaron las redes sociales. Que expanden, amplifican, contaminan e incendian.
La combinación fue explosiva. Y pasó lo que pasó.
El populismo consiste en verdades aparentes —tal como propiciaban los viejos sofistas hace 2500 años— para adecuar realidades que no lo son. Son propuestas políticas inviables o dañinas, pero del gusto de electores impacientes. La expresión viene de Roma, de aquellos líderes de la “facción de los del pueblo” que se oponían a la aristocracia. Mucho más tarde se ocupó en Rusia con la expresión “narodnichestvo”. Pero se instaló definitivamente en el siglo XX, especialmente en Latinoamérica y hoy circula por el mundo entero.
Es cierto que con la palabra “populismo” se intenta a veces desprestigiar propuestas perfectamente viables, pero que afectan intereses de una minoría poderosa. Por ejemplo, una legislación tributaria que impida la elusión de los grandes contribuyentes suele ser acusada de populista por quienes se ven afectados por ella. Sin ir más lejos, a Obama se lo acusó de serlo solo por decir que le gustaría que los millonarios paguen más impuestos.
Pero en Chile estamos viviendo el populismo a secas. Y su emblema, el retiro de dineros de las AFP. La discusión del proyecto del 10% dejó en claro que la preocupación por las necesidades de los chilenos era secundaria, el objetivo principal era enviarle un espolonazo al sistema. De nada sirvieron las advertencias de los técnicos, autoridades y organismos internacionales. Había que echarle para adelante nomás.
Se dijo que era por una única vez. Luego, por una única segunda vez. Y ahora vamos por más…
Se decía que era porque no había ayudas del Estado, pero estas suman 18 mil millones de pesos. Han sido destacadas por el Banco Mundial, la Cepal y el FMI. Pero no es suficiente. Si hay plata, hay que repartirla. Tal vez una de las cosas que nos diferencian con Noruega es que a sus parlamentarios no se les ha ocurrido proponer un retiro a su enorme fondo soberano.
Esta semana también fue el turno del royalty. Y la discusión nuevamente fue con la guata. Los números simplemente eran un estorbo y los efectos no deseados, un conservadurismo. Un 3% del valor nominal de los minerales extraídos suena bien. Por cierto, aprobado con votos de derecha e izquierda. Y tal como en el retiro de las AFP, nada asegura que no venga “un segundo 3%”. El guion ya sabemos cómo va a seguir. Aquellos que se desistan de realizar proyectos por los cambios a las reglas o por sus efectos en rentabilidad van a ser llamados “antipatriotas”. Y finalmente, no sería raro que se presentara un proyecto para nacionalizar el cobre… con votos de derecha e izquierda.
La historia no se repite, pero rima, decía Mark Twain. Y cómo se repite.
No tiene nada de populista discutir un royalty a la minería. Lo populista es discutirlo de esta forma. Y de esta misma forma se avizoran nuevas discusiones.
Los primeros “economistas” del siglo XVIII eran médicos y solían comparar a los países con las personas. Como lo hizo el fisiócrata François Quesnay. Siguiendo esa analogía, al cuerpo de Chile el virus populista ya entró y su carga viral va creciendo.
Es de esperar que no requiramos respiración asistida en un tiempo más.
Pero, así como vamos, el pronóstico es reservado.