Chile está enfrentando una pandemia sin precedentes, que ha alterado diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana. Uno de los que se han visto especialmente afectados es el transporte público, no solo por su compleja situación operacional, producto de la caída de pasajeros, sino también por cuestionamientos a la seguridad sanitaria de los servicios, que podrían generar un daño reputacional irremediable a este sistema clave para el funcionamiento eficiente y sustentable de las ciudades.
La decisión respecto de cómo gestionar adecuadamente el transporte público ante esta pandemia exige reconocer que para una gran cantidad de personas en la ciudad no es posible dejar de viajar diariamente. La estructura de nuestras ciudades fuerza a que para muchas de estas personas la única forma disponible de trasladarse sea el transporte público. Dado que tenemos que atender esta necesidad, ¿qué debemos hacer?
El tema ha sido objeto de publicaciones en diversos medios científicos, tanto del área de transportes como de epidemias. Se ha analizado una amplia variedad de situaciones, identificando estrategias que han resultado eficaces para prevenir contagios manteniendo la operación de los servicios. Estas publicaciones coinciden en que es necesario que las empresas que operan buses y metro ofrezcan la mayor capacidad de transporte posible, con buena ventilación al interior de los vehículos y sanitizando constantemente sus espacios. También se sugiere exigir de los usuarios el uso obligatorio y correcto de la mascarilla y evitar hablar durante los viajes. Todo esto es especialmente importante cuando la distancia física no es posible de mantener, como ocurre en muchos sistemas masivos de transporte a nivel mundial.
Es natural que exista una desconfianza respecto de aglomeraciones en transporte público y en ese sentido debemos hacer esfuerzos por evitarlas. Esfuerzos en la oferta y en la demanda. En la oferta no solo seguir disponiendo toda la flota durante los períodos punta, sino también permitir mayor flexibilidad para relocalizar vehículos a zonas de alta afluencia y asegurar regularidad en los servicios para evitar aglomeraciones en paraderos y vehículos. En la demanda, gestionando las actividades en la ciudad de un modo más agresivo para suavizar los períodos punta de viajes, evitando que muchos viajen simultáneamente.
Las conclusiones de la mayor parte de los estudios internacionales disponibles argumentan que las medidas antes descritas disminuyen de forma importante el riesgo potencial.
Teniendo en cuenta la sensibilidad de este tema, la necesidad de muchas personas de desplazarse por la ciudad y las consecuencias de largo plazo de las decisiones que tomamos hoy, hacemos un llamado al rigor en su tratamiento. Las afirmaciones sobre riesgos de contagios deben ser adecuadamente respaldadas con evidencia y ponderadas respecto de las medidas preventivas establecidas. De lo contrario se estigmatiza el transporte público a través del miedo de los pasajeros, lo que afecta la sustentabilidad de las ciudades en el largo plazo, perjudicando especialmente a aquellos que no tienen más alternativas de viaje y traslado. Por otra parte, se distrae la atención sobre otros ámbitos sociales que las mismas publicaciones confirman de alto riesgo permanente.
Desde la academia hacemos un llamado a concentrar los esfuerzos en asegurar la cobertura de estas medidas de forma permanente, y sobre todo en recalcar que las acciones y medidas de la autoridad complementan las necesarias acciones de cuidado que los usuarios deben realizar.
Carlos Melo
Facultad de Ingeniería y Tecnología Universidad
San Sebastián
Juan Carlos MuñozJuan De Dios OrtúzarRicardo Giesen
Departamento de Ingeniería de Transporte y Logística
Pontificia Universidad Católica de Chile
Marcela Munizaga
Departamento de Ingeniería Civil Universidad de Chile
Juan Antonio Carrasco
Departamento de Ingeniería Civil Universidad de Concepción