El aplauso generalizado por la digna participación de varios jugadores jóvenes de Universidad de Chile (algunos debutantes absolutos en el primer equipo) en el duelo ante San Lorenzo por la Copa Libertadores, deja en claro algunas cosas que, en general, no son analizadas con suficiente rigor.
Por ejemplo, que no es tan cierto aquello de que los clubes nacionales no realizan una labor eficiente a nivel de divisiones menores. Es cierto que muchos no tienen ni la capacidad ni la convicción para invertir recursos en una apuesta que es poco segura en retorno efectivo en el corto o mediano plazo. Pero es un hecho que instituciones como la U, la UC, Colo Colo, O'Higgins, Santiago Wanderers y Huachipato, por ejemplo, tienen diseños de captación y desarrollo en los niños y jóvenes.
También es necesario derribar el mito de la poca calidad profesional de los entrenadores de esas divisiones menores.
Si bien es cierto que hay muchas historias de directores técnicos que fueron incapaces de detectar a tiempo el verdadero potencial de muchos jóvenes que luego terminan “estallando” en otros clubes, es bueno señalar que ello no demuestra solo incapacidad o ignorancia (que puede haberla) sino que, en verdad, también es resultado de la presión que imponen las autoridades para que esos chicos ganen títulos en las diferentes categorías como si eso fuera trascendente o el sinónimo del éxito del trabajo de bases.
Claro, todo tiene matices. En general las instituciones chilenas optan por dejar como DT de sus diferentes equipos menores a exfiguras del club —que pueden no tener capacidades— en lugar de buscar especialistas en la materia (que existen y están en varios clubes, aunque nadie lo sepa). Pero ni con eso se puede decir que todo es malo. Hay trabajo, hay seriedad, hay cierta inversión y, sobre todo, hay cierto entendimiento de la mayoría de los clubes sobre la importancia de tener una buena cantera.
El problema, en verdad, es que todo ello se derrumba ante la falta de competición que requieren estos jugadores para madurar.
Ahí está el nudo que, en muchos casos, termina por ahogar las posibilidades de que el trabajo de las inferiores fructifique.
De partida, la sectorización de los torneos juveniles es un tema que se debe resolver. No es posible que, por carencia de capacidad para encontrar recursos, los equipos limiten su opción de medirse con todos sus rivales y quedar solo con posibilidades de jugar 14 veces al año con los mismos adversarios solo porque no se requiere de grandes desplazamientos.
No es todo. Existe un punto ciego que en Chile no se ha podido subsanar. Salvo excepciones reglamentarias menores (minutajes en los torneos), por principios (como en la UC) o por situaciones extremas (los casos de covid-19 en la U), los jóvenes futbolistas entre los 18 y 22 años tienen pocas posibilidades de aparición en los primeros equipos y mucho menos de que dichas presencias sean permanentes, lo que redunda en que en el medio sigamos hablando de “jóvenes promesas” a futbolistas de 23 y 24 años…
Cierto. Es un gusto ver a ratos jugadores como Navarrete, Morales y Contreras mostrando condiciones y personalidad en el plano internacional. Pero el orgullo generalmente pasa rápido y la esperanza de que ellos empiecen a ser nombres habituales en la formación de la U, en este caso, es baja. No nos engañemos. Ese es el problema.