Los exjugadores escriben whatsapp o mandan mensajes por el celular, y así se conectan con los que están en la tele, no jugando, sino comentando y relatando los partidos del fútbol chileno.
Más de alguno conoció o conoce a los rostros, porque son del gremio, es decir, también exfutbolistas, algunos devenidos en entrenadores y luego reconvertidos para un comentario que obviamente es gremial y de la misma corporación, es decir, comparten recuerdos, ritos y costumbres.
En términos generales, porque excepciones habrá, la impresión es que se quieren.
¿Fueron esos los mejores años de sus vidas?
Desde luego que sí.
Siempre se puede decir que no y mencionar otros momentos: algo de los hijos y su nacimiento o el eterno agradecimiento a la esposa que está a su lado, porque eso suena bien y muy correcto, pero es mentira.
El que alguna vez estuvo en la cancha, sigue en la cancha, porque ya se embrujó y eso no tiene vuelta ni salida.
En ese rectángulo verde vivió lo que ya no puede revivir y tampoco seguir contando, porque hasta los hijos y nietos se le aburren.
En ese trance, entonces: ¿qué hacer? Llamar a los que están en la tele, porque ellos los entienden y saben de qué se trata.
Los que residen en provincia, los que trabajan en las inferiores de algún club, los empleados con tarjeta y horario, los que atienden un negocio o lideran ciertos emprendimientos.
Los que viven en el extranjero y les llega la señal por cable, por supuesto se deben tentar, cómo no, y escriben porque recuerdan al país donde nacieron, y quieren, por cierto, que los recuerden a ellos.
Esto es para el que está medio enfermo o medio sano, y todos retirados.
Un mensaje, un detalle, un saludo. Eso sería.
¿No es molestia? Nunca lo será.
Para Héctor Mancilla, el oriundo de Purranque y por tanto purranquino, para que alguien exclame ¡pero qué buen jugador era!, y el mencionado se siente pagado.
Para Fabián Estay, desde México, que es colega y comenta, para que alguien repita que su carrera fue y es maravillosa.
Para la familia Arancibia, que a partir de Franz, que ya superó los 50 años, se prolongó en la profesión con hermanos y parientes: Leopoldo, Eduardo, Roque, por ahora Francisco, y quizás Martín o Maximiliano.
Una familia chilena que ve los partidos en choclón y de vez en cuando le escribe al conocido que está en el aire, el conocido nunca falla y habla de cómo le decían, Hijo del Viento, donde las múltiples variantes deben permitirse: Hijo del Torbellino, Ventisca del Norte, Huracán Maulino, Tromba Porteña, Huaso Vendaval, Nieto del Viento o Ciclón Chilote.
Son los exjugadores, donde llamar es un rito y una es la causa: no me olviden. Una mención, un recuerdo, un cariño. Eso sería.