Estrenada a fines del año pasado, bajo las imposibles circunstancias de la pandemia, “Nunca subí el Provincia” está hoy en Ondamedia, portal chileno de películas chilenas, donde se puede ver sin mayores dificultades. La última cinta de Ignacio Agüero sigue la línea de “El otro día” (2013) en varios puntos, para ser casi una segunda parte o una exploración que, con una metodología parecida, quiere apuntar a otros planos de la realidad.
La cinta de 2013 ya tenía una forma experimental, autobiográfica y autoconsciente, en la que el director ponía su casa en el centro de la exploración. Desde allí filmaba a quienes le tocaban el timbre, para luego visitarlos de vuelta a sus casas. Pero al tiempo que la cámara iba y venía, Agüero realizaba intensas introspecciones en torno a su propio hogar y pasado. Había así algo —o mucho— de río de la conciencia en esa cinta, o mar de la conciencia, si se quiere, dadas las referencias a un padre que era marino mercante.
“Nunca subí el Provincia” mantiene, o incluso extrema, esa estructura suelta, abierta, sujeta de lecturas múltiples. El centro de la cinta es de nuevo la casa del director, desde donde se extiende a la esquina medular de su barrio, en Valenzuela Castillo con Manuel Montt. En ese espacio, el director intenta describir los cambios en los personajes y lugares que eran familiares. Donde hubo una panadería, ahora hay un edificio de nueve pisos que tapó la vista del cerro Provincia que el director tenía desde el techo de su casa. Los habitantes de esos departamentos nunca supieron de esa panadería ni de don José, su dueño. En una de las esquinas había otra panadería que hoy es un bar cubano. Un señor elegante, igual a Peter O'Toole, murió hace años. Todo cambia. Cambian incluso las tecnologías de registro audiovisual. La cinta recurre a mucho material de archivo del propio director, en parte para contrastar texturas y formas de capturar la luz que hablan por sí mismas de la evolución de los soportes audiovisuales. Este es un aspecto muy metacinematográfico de la cinta, que está presente también en la forma en que repite secuencias de imágenes o detiene su flujo para corregir textos del narrador (el propio director) y hacernos recordar que todo montaje es un artificio, una escritura posible entre muchas otras, análoga a la escritura de unas cartas que Agüero redacta para un destinatario incierto, que sirven para explicar, en parte, la intención del propio documental que corre delante de nuestros ojos. En ese sentido, el carácter autoconsciente de la cinta es altísimo y eso explica, en parte, su misma forma antinarrativa, deconstruida si se quiere, un modelo de partes sueltas que cada espectador debe terminar de armar.
Para este espectador al menos, todo este mar de imágenes que da vueltas en torno al cambio de un barrio, de las personas y de las texturas, no es más que una manera pudorosa de hablar, o de ocultar, el verdadero corazón emocional de la cinta. Este es el cambio que experimentan los hijos, que, como todo padre de cierta edad sabe, crecen mucho más velozmente de lo que uno alcanza a entender o asimilar. Esta fibra se va relevando en pequeñas apariciones que los hijos del director tienen aquí o allá, donde se ven de distintas edades, pero se transmite también en las muchas imágenes de padres con coches o niños caminando por la calle, como si fuera la mirada del mismo director anhelando los días en que sus hijos eran tan chicos como los que ve deambular, o quizá pensando que esos padres también verán crecer a sus hijos velozmente, período del que quedarán, como testimonio, algunas imágenes sueltas, azarosas, como las que acabamos de ver. Esta lectura se cierra si imaginamos que las cartas que el director escribe, poco correspondidas, van dirigidas a su hija mayor.
Nunca subí el Provincia
Dirigida por Ignacio Agüero.
Chile, 2019, 92 minutos.
DOCUMENTAL