Esta semana cumplimos un año desde que se decretó estado de catástrofe por pandemia en Chile. Y sí, ha sido una catástrofe.
¿Pero ha quedado algo bueno del paso del covid por nuestras vidas?
Para indagarlo, recurriré a una columna que escribí en esta misma página hace casi exactamente un año, que se tituló “Carta abierta del Coronavirus a los chilenos”. Ahí, el patógeno, hablando en primera persona, decía que con el tiempo su reputación mejoraría y tendríamos que reconocer que también trajo cosas buenas al mundo en general y a Chile en particular.
Veamos.
El Coronavirus decía que nos concedería el deseo de tener más vida hogareña. Y es cierto, hemos estado encerrados como nunca. Cocinamos todo lo que se podía cocinar, jugamos a todos los juegos de mesa. Hicimos yoga, pilates y gimnasia casera para bajar todo lo que subimos cocinando. Fuimos del alcoholismo al veganismo y a la abstinencia. Nos dimos vuelta Netflix. Ya nos creció el pelo que nos cortamos y nos dimos cuenta de que la barba no siempre queda bien.
“¿No se quejaban de la contaminación y el esmog? Miren lo limpio que les tengo el aire”, nos decía el Coronavirus hace un año. Y es cierto. Es más: mucha gente, con el retiro de la plata de la AFP, supongo, se compró un vehículo motorizado, pero no lo pueden usar casi nunca. Es como un mueble que decora la entrada de la casa. Hay gente que tiene reuniones en Zoom arriba del auto seminuevo-semiusado-en-desuso, para amortizarlo. “¿No decían que los niños tenían que estar primero? Bueno, a ellos no los enfermo grave y los obligo a ustedes a ponerles atención todo el día”, proclamaba el Coronavirus el año pasado. De acuerdo; los niños tuvieron prioridad y lograron volver al colegio. ¡Y nunca debieron salir de ahí! Amamos tener a nuestros niños cerca, pero no me nieguen que fue agradable volver a escuchar el “Sonido del silencio”, como cantaban Simon & Garfunkel. El Coronavirus también cumplió su promesa de hacer una “digitalización exprés” a millones de personas que se habían quedado al margen de las nuevas tecnologías. Cuando vi a varias tías-abuelas de la familia grabando tik-toks comprendí que esa pega se había hecho bien. A ratos demasiado bien, como cuando amanezco en la mañana y veo el teléfono lleno de memes enviados a altas horas de la madrugada por mis mayores.
“Le di una segunda oportunidad al Presidente Piñera”, proclamaba el Coronavirus un año atrás. Es cierto, y el mandatario la aprovechó. Apostó todo a conseguir rápido vacunas para todos e hizo un buen trabajo ahí. Será recordado por eso.
Pero hubo algo que no salió bien. En su recordada “Carta abierta a los chilenos”, el Coronavirus decía haber erradicado a los violentistas de la “primera línea”. Y eso fue cierto solo por un tiempo. Porque luego, cuando le perdieron el miedo, volvieron… y recargados. Al punto que lograron expulsar la estatua del general Baquedano de Plaza Italia. Y, como si fuesen una epidemia, se extendieron a otros lugares del país. Están, desde luego, en La Araucanía, pero también en Panguipulli, y en el norte, y a veces se atraviesan en los cruces de calles y roban autos, o disparan, o hacen “abordazos” o “turbazos”. Porque los violentos son los mismos. Aquí y allá. Antes y después.
En eso no cumplió el Coronavirus. Tampoco el Gobierno.
Pero la culpa no era mía, dirá el virus.