Aún sin salir de esta pandemia, los visionarios ya especulan sobre la próxima. Mientras mutaciones genéticas o el cambio climático ganan adeptos, otros más atrevidos agregan a la lista el virus del populismo y el nacionalismo.
Quizá no haya que ir tan lejos. El 2020 pasará a la historia como un año clave en la era digital, no solo por su aporte a la humanidad, sino también por nuestra dependencia de internet. Como tal, el poder destructivo de los ciberataques se ha revelado como una gran amenaza. Este es el mensaje fundamental de un reciente artículo de Noah Harari, el destacado historiador israelí, para quien 2020 mostró que internet es tan relevante como las vacunas.
La capacidad de la tecnología digital de sustituir el mundo físico por el virtual permitió que muchas actividades se realizaran con la interacción por internet, logrando que el mundo flotara. ¿Se imagina una cuarentena sin conexión? Pero, así como la infraestructura digital ha sido nuestra salvación durante la pandemia, para Harari “pronto podría ser la fuente de un desastre aun mayor”. Es que dependemos en exceso de ella, que poco conocemos y menos entendemos. Un ciberataque masivo, o un colapso mundial de internet, podrían equivaler a varias pandemias juntas en su capacidad de paralizar la actividad social y económica. Baste ver cuántas horas al día pasamos frente a la pantalla.
La protección y seguridad de la información y la tecnología es un tema abordado por muchas empresas que, por ejemplo, masivamente están llevando sus datos y sistemas a la nube, como una manera de mitigar los riesgos informáticos. Pero la nube no es mucho más que un sofisticado galpón en la Ruta 68, por lo que el riesgo no desaparece, sino que se concentra en otro lado. Y cuando todos usan el mismo galpón, la acumulación de riesgos sustantivos en puntos específicos del sistema aumenta la fragilidad y abre la puerta para que el poderío de organizaciones criminales (incluidos algunos gobiernos), con macabras intenciones, crezca exponencialmente.
Por eso, la promoción de la seguridad, tanto física como informática, es una obligación del Estado, lo que levanta retos importantes. Por de pronto, compatibilizar la protección de la infraestructura tecnológica y de datos con las libertades individuales es un desafío mayúsculo para la democracia, toda vez que la acción del Estado en este ámbito es insustituible y, al mismo tiempo, tenebrosa. En un mundo altamente interconectado, la seguridad y resiliencia ante shocks debiera ser un objetivo primordial de la política pública. ¿Habrá algún candidato pensando en esto? No faltará quien prometa hacerse cargo del asunto en la nueva Constitución.