Las malas nuevas sanitarias de los últimos días me han hecho recordar una vez más aquella reflexión de Xabier Azkargorta, el entrenador vasco de breve paso por estas tierras, sobre nuestros jugadores: “El futbolista chileno no es táctico, es obediente”.
La definición no nos gustó entonces porque siempre entendimos que es táctico y por eso pudo equilibrar el tremendo desnivel técnico que sufría frente a sus adversarios tradicionales. Ser táctico requiere una dosis de inteligencia, la que no se exige para obedecer. Además, lo de táctico nos invitaba a extenderlo a la nacionalidad y suponernos a todos los chilenos como muy inteligentes, cualidad con la que siempre nos ha gustado identificarnos. Es tan distinto a ser obedientes, en circunstancias de que nos consideramos independientes, rebeldes, guerreros y todo eso.
El caso es que en el tema pandémico está quedando claro que no somos tácticos ni obedientes. Los índices son peores que los del año pasado, que obligaron a postergar el plebiscito y ahora acechan a la elección múltiple de abril.
Eso sí, permítame una reflexión: para que haya obediencia tiene que haber órdenes, que serán obedecidas o desafiadas. Y alguien tiene que darlas. En el caso del fútbol, el entrenador. Si el técnico no cuenta con el respeto de los jugadores, no le obedecerán. Lo mismo con la pandemia, que la vamos perdiendo por goleada, a pesar del éxito del proceso vacunatorio.
Ahora llevemos el mismo tema al conflicto de la Segunda División con las otras dos divisiones profesionales del fútbol nuestro. Uno puede preguntarse si la afición chilena da para la mantención de tres torneos profesionales o es una ilusión. Seguramente es una ilusión, pero se mantiene sola, sin subsidios ni aportes externos. Y es, en los hechos, semiprofesional.
El caso es que se trata de una institución condenada a la obediencia eterna, pues su destino es decidido por un Consejo de Presidentes del que no forma parte, pero que toma medidas que la afectan de manera decisiva. Sus jugadores tienen limitaciones de edad, no recibe recursos provenientes de la televisión y ahora, por último, ese Consejo ha resuelto quitarle el derecho al ascenso directo de su campeón. Solo tendrá “medio cupo” y ese campeón deberá ganarse el ascenso a la Primera B en disputa con el último de esta.
¿Por qué? Porque la B quiere que el primero de sus filas suba, pero que nadie le muerda la cola.
Como bien se sabe, el Sindicato de Futbolistas Profesionales ha resuelto defender los derechos de la Segunda, y de sus afiliados si esta división dejara de jugarse, y su advertencia de huelga nos tiene amenazados con dejarnos sin fútbol.
En defensa del sindicato ha intervenido la autoridad para conseguir que el Consejo de Presidentes vuelva al sistema de ascenso-descenso original. La ministra del Deporte, Cecilia Pérez, conmina a los presidentes a modificar su votación de hace unos días. Justa o no, la intervención ministerial es impropia. Puede ser muy democrática la postura del sindicato, pero no es un asunto del Gobierno y de su gabinete hacer caer su gigantesco peso sobre un grupo de dirigentes, por muy torpes que estos sean.
O sea, corremos el riesgo de seguir aún más vulnerables al covid-19 y quedarnos sin fútbol. Para el virus al menos hay vacunas…