Lionel Messi y Cristiano Ronaldo han sido los protagonistas exclusivos en la lucha por ser considerados el mejor futbolista en la última década. Y no es injusto que así haya sido. Tanto el argentino como el portugués han sido capaces de establecer marcas increíbles durante este período lo que, sumado a sus diferentes, pero igual de sólidas cualidades técnicas, han hecho que la repartición de galardones haya sido el reflejo de su particular lucha por el trono.
Ninguno de los dos, a diferencia de otros grandes como Pelé, Maradona, Zidane o Ronaldo, han llegado hasta ahora (y es difícil que lleguen) a ser piezas fundamentales en la consecución de algún título mundial a nivel de selección. Pero, así y todo, nadie puede negar su trascendencia y calidad que serán sus pasajes a la galería exclusiva de la historia.
Messi y Cristiano viven hoy la etapa final de sus carreras, al menos en lo que dice relación a su prominencia mundial. Y no solo por sus edades (33 y 36 años), sino que también porque la evolución del fútbol de máximo nivel cada vez reduce más la importancia individual y la reemplaza por la eficiencia colectiva, que impone nuevas exigencias a las cuales ni Messi ni Cristiano están dispuestos a cumplir a estas alturas de sus carreras.
La mayor de las evidencias en tal sentido la vivieron ambos la semana pasada tras las eliminaciones de sus equipos (Barcelona y Juventus) en los cuartos de final de Champions League. A pesar de que Messi y Cristiano alcanzaron rendimientos más o menos acordes a lo esperable, no fueron capaces de disimular las falencias globales en sus partidos ante PSG y Porto.
No es que Messi y Cristiano disminuyeran la exposición de sus talentos. Son insuficientes en un esquema universal donde se impone más el concepto y la teoría táctico-estratégico por sobre la inspiración.
Hoy no basta con ser bueno. Ni siquiera es fundamental ser un genio (aunque siempre uno tenga la esperanza de verlos transitar). Lo que importa es tener la capacidad de adaptarse a idearios que exigenrenuncias al lucimiento personal en pos de la elevación del nivel y el funcionamiento colectivo.
Por eso, nombres como Mbappé, Haaland y Lewandowski suenan mejor como alternativas que Messi y Cristiano. Si bien todos ellos poseen talentos superiores que los pone hoy en cualquier lista de calidad, los nuevos estelares poseen un mayor nivel de captación en torno a las propuestas técnicas de sus equipos.
No son, como pasaba hasta hace poco, héroes, deidades o soberanos esperando las alabanzas y los elogios por sus magias. Son componentes valiosos y sin duda esenciales por sus capacidades, pero integrales y adheridos a formatos colectivos que favorece a ellos mismos. A la larga siempre quedarán en el corazón y en la mente del futbolero aquellos que alguna vez con un remate, una cachaña o una inspiración mágica nos hicieron vibrar. Pero todo cambia. Hay que adaptarse.