Vejada en forma grosera, rayada y pintada, la escultura de la talentosa artista Ana Lagarrigue emplazada en la Alameda —que representa a un pensativo Crescente Errázuriz, con espesas cejas y ceño reflexivo— sufre continuas agresiones durante las protestas y marchas. Afortunadamente, me informan, aún no han logrado sacarla de su base.
Cuesta ser mujer y escultora en Chile y más costaba hace cien años. Cuando se discute la invisibilización que han sufrido las mujeres y sus obras a través de la historia, pocos y pocas se han acordado de Ana Lagarrigue y han salido a defender su creación, emplazada frente a la UC.
Tampoco se oyeron muchas voces de creadores o de asociaciones de artistas condenando la violencia sufrida por la estatua del general Baquedano, esculpida por Virginio Arias. Un escultor de raíces campesinas, originario de Ránquil, quien gracias a su feroz empeño y talento destacó en París. Autor del Monumento al Roto Chileno y del delicado “Descendimiento” (en el Museo de Bellas Artes), fue pionero del arte chileno, maestro de jóvenes artistas, y siguió esculpiendo hasta su muerte, aunque estaba ciego y solo.
¿No merecía su obra más empatía, de parte del mundo artístico y cultural, mientras era golpeada, pintarrajeada y sus cuatro patas casi totalmente cortadas con “galletas”?
“Es hora de discutir la pertinencia de las estatuas públicas y de la opción de resignificar los espacios”, han argumentado algunos. Por cierto, es un debate interesante. Pero requiere un contexto adecuado, no bajo la presión de sierras, martillos, combos de metal e incendios. “Es una obra del siglo XIX y no del XXI”, agregan otros. Curioso argumento. ¿Qué ciudad tendríamos bajo esas premisas, eliminando periódicamente lo antiguo y aquello que “no nos representa”?
Se caricaturiza a quienes abogan por el respeto a los monumentos y espacios públicos. “Les importan los derechos de las estatuas y no los del pueblo chileno”. Me pregunto: ¿No es compatible condenar los horrorosos abusos a los derechos humanos en el gobierno de Pinochet —o en cualquier otro— con las denuncias sobre la destrucción de la ciudad que ha generado el estallido social? ¿Son pronunciamientos excluyentes?
Es violento el ataque contra la escultura de Baquedano y la Plaza Italia, así como es violento construir conjuntos habitacionales indignos, sin plazas o espacios recreativos para sus habitantes. Es violento que hoy los edificios de la plaza de Armas —donde nació la ciudad y sus habitantes toman un respiro— estén cubiertos de latón para evitar vandalismos. Es violento que muchas comunas carezcan de espacios verdes para acoger a sus familias. Y es violenta la desolación del centro de Santiago, con veredas, monumentos y mobiliario urbano dañado, rayado y destruido.
“Emigra”, le dijo por Twitter una dirigente feminista a un profesor de la U. de Chile, que osó lamentar la continua destrucción del barrio Lastarria y su comercio. Ahora debe emigrar la obra de Arias. Es vergonzoso que no la hayan podido proteger. Y es vergonzoso el silencio de muchas personas del mundo artístico, arquitectónico y académico, que han contemplado mudas e impávidas esta violencia contra la ciudad y su patrimonio.