Don Otto le dice a Fritz que descubrió a su mujer con un amante en el sillón de su casa. Le advierte a su amigo que no aceptará estos hechos y que buscará una solución drástica. Días después, Fritz le pregunta a Don Otto qué hizo para resolver el engaño. Don Otto, muy ufano, le dice: “Problema resuelto: Vendí el sillón”.
Esta es la versión de Wikipedia del tradicional chiste del sillón de Don Otto. No sé ustedes, pero yo siempre he pensado que es un chiste triste.
A primera vista, lo que transmite la historia es la ingenuidad de Don Otto, quien creía que el problema con su mujer era, como quien dice, “logístico”, y que al sacar de escena la mullidez del sofá se eliminaría al mismo tiempo el enojoso asunto de la infidelidad.
La segunda lectura -más entrelíneas, claro- es que Don Otto en verdad es un cobarde, que no se atreve a enfrentar su crisis matrimonial. Entonces, para hacer-como-que-hace-algo, vende el sofá, aun sabiendo que eso no reparará el problema.
En la hipótesis “ingenua”, Don Otto no ve dañada su dignidad, pero queda como un bobo.
En la hipótesis “cobarde”, Don Otto sí pierde la dignidad, porque sabe que le faltó valentía para encarar el asunto real.
Y aquí voy al momento de la columna que esperan: sí, sacar al general Baquedano de Plaza Italia fue una solución “donottiana”. Solo nos falta dilucidar en cuál de sus dos acepciones, si la ingenua o la cobarde.
Para tratar de resolver el misterio, les propongo que lean una continuación apócrifa del chiste de Don Otto elaborada por mí (espero nadie tenga los derechos de autor). Aquí va:
“Poco tiempo después de vender el sillón, Don Otto vuelve a descubrir a su mujer en flagrancia. Entonces, por la misma razón y lógica de antes, decide vender la cama matrimonial. Días después, una silla del comedor (y luego todas, en transacciones sucesivas). Más tarde la lavadora, la hamaca del jardín, la tina del baño principal, y hasta un oscuro armario para guardar abarrotes. Lo que más le dolió a Don Otto fue deshacerse de un viejo escritorio heredado de su abuelo. Don Otto se convierte en estrella de Mercado Libre, Yapo y otros sitios de venta por internet. Y se hace rico”.
Bueno, a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Ahora irán por las estatuas de O'Higgins, de Carrera, y seguirán hasta llegar a Alessandri, Frei Montalva, ¡y don Pato! La carrera profesional de Restauración se irá a las nubes.
Y otra duda: ¿Cómo reemplazó Don Otto su tristemente célebre sillón? No creo que con otro igual, dado el riesgo de reincidencia. Probablemente no puso nada allí. Ni donde estuvieron sus otros muebles. Se empezó a vaciar, por dentro y por fuera. En lo material y lo espiritual.
Quizás nosotros tengamos una oportunidad. Podríamos intentar que lo del general Baquedano fuese nuestra primera y última acción de ingenuidad/cobardía. Y optemos por no desmantelar nuestro hogar común, a vaciarnos, por nuestra incapacidad de enfrentar los problemas.
Un amigo mandó una carta a un diario esta semana proponiendo que en el lugar donde estaba el general Baquedano en Plaza Italia se instale un sillón… “El Sillón de Don Otto”, para que así nos acordemos todos los días de lo que de verdad hicimos esta semana.
Es una buena idea. Se lo dije en privado, y ahora lo digo en público.