En 24 años de actividad documental, el italiano Gianfranco Rosi ha dirigido seis largometrajes, explorando el Ganges, el desierto de California, el tráfico de droga en la frontera mexicana, la periferia romana y la inmigración amontonada en la isla de Lampedusa. Un notable sentido plástico y una singular atención al tiempo le han significado un prestigio inusualmente rápido. Hoy se lo sitúa entre los más importantes documentalistas del mundo.
Su más reciente largo,
Notturno, es el resultado de un rodaje de tres años en las zonas fronterizas de Irak, Kurdistán, Siria y el Líbano, todos los bordes que quedaron desestabilizados después de la invasión de Estados Unidos a Irak. La perspectiva de Rosi lleva más lejos la destrucción del Medio Oriente, hasta la caída del Imperio Otomano y el fin de la Primera Guerra Mundial, según advierte un letrero introductorio.
De modo que
Notturno no es una película sobre la guerra, sino sobre esa inestable postguerra en que permanecen millones de habitantes de cuatro naciones. No hay en todo el metraje un enfrentamiento armado: apenas se oye, en algunas escenas, un lejano tableteo de ametralladoras. Suficiente.
Tampoco hay protagonistas. Las secuencias se distribuyen entre muchas cosas. Las más presentes son un hospital psiquiátrico donde los internos ensayan una obra sobre la patria, un pelotón de mujeres del ejército que patrullan entre pueblos abandonados y un niño que trabaja como ayudante de los cazadores de pájaros. Por lejos, la más conmovedora es la de un grupo de niños huérfanos que explican sus dibujos acerca de la experiencia de haber sido cautivos de ISIS. Testimonios cándidos y desgarradores acerca de una crueldad sin límites.
Es visible que Gianfranco Rosi ha tratado de evitar una tesis (¿qué documental no la tiene?) o, quizá mejor, un juicio sobre la situación que filma. También es notorio que se ha esforzado por reducir al mínimo la “interpretación” que inevitablemente se produce cuando se instala una cámara en frente de una persona. El resultado es un conjunto de momentos triviales, rutinarios, como suspendidos en los extraños parajes ruinosos. Pero es la trivialidad de un territorio de guerra, una rutina espesa, que deja sentir la presencia pesada, no ya de la muerte, sino del infierno humano.
En
Notturno prevalecen los atardeceres y las madrugadas, y el cielo está siempre nublado, como si toda existencia estuviera invadida por la sombra próxima y cubierta por un denso techo. No hay pena, sino una aproximación a los bordes de estar vivo. Una experiencia visual abrumadora, ineludible.
(La exhibición en MUBI incluye una conversación entre Rosi y Alejandro González Iñárritu, totalmente prescindible desde que el mexicano se lo habla todo).
NOTTURNODirección: Gianfranco Rosi. 100 minutos.
En MUBI