Postergar las fechas clasificatorias de marzo era no solo inevitable, sino además lógico. La evolución de la pandemia en el continente, las peligrosas cifras de contagio y las dificultades de traslado no permitirían que el fútbol exigiera medidas extraordinarias para competir.
No hay que confundir el tema sanitario con el deportivo, y este triunfo para los clubes europeos, manifestado en vehementes declaraciones de sus entrenadores, puede ser la ventana abierta para nuevas exigencias ante un calendario absurdamente recargado y en que los proveedores de la materia prima —América y Africa específicamente-— siempre salen damnificados. De aquí en más será tarea de la Conmebol defender los intereses de las selecciones, que siempre chocan con los de las grandes potencias por la cantidad de traslados que imponen las circunstancias. Incluida, por cierto, que la FIFA le haya entregado el Mundial a Qatar con el consiguiente cambio de calendarios.
La postergación acordada no tendría ningún inconveniente si es que en Asunción no se insistiera tan majaderamente en mantener la Copa América. Se sostiene que es por razones comerciales, pero ya es un hecho que ninguna selección debería estar dispuesta a jugar ese torneo con sus mejores jugadores. Y menos si, como se plantea, se jugarán fechas “triples” antes y después del certamen anunciado en Argentina y Colombia. Ni Messi, ni Neymar, ni Vidal, ni Alexis serían conminados a afrontar un calendario tan saturado, por lo que la disputa de una nueva Copa (la última fue el 2019) es un capricho que perfectamente puede ser reagendado. Jugarlo en 2022 como preparación para la Copa del Mundo no es descabellado.
Si las medidas favorecen o no a la preparación de Martín Lasarte también está por verse, sobre todo porque este momento encontraba a varios jugadores en buen nivel competitivo en Europa. Pero es evidente que más tiempo por delante le darán al uruguayo una visión más global del panorama y la opción de un contacto más estrecho con sus futuros dirigidos.
En estos momentos de decisiones directivas continentales, quisiéramos que la Federación estuviera ya separada de la ANFP, pero anhelar eso es de una ingenuidad supina. O que hubiéramos avanzado en el nuevo Juan Pinto Durán, olvidando el sapo que tuvimos que tragarnos tras el anuncio del Cerro Chena. O una participación más protagónica en el debate de Luque, lo que será difícil si tenemos dificultades para ordenarnos en nuestra propio casa, donde el fantasma de la huelga ha reaparecido para paliar las irritantes decisiones del Consejo. Conformémonos con lo que hay, que es suficiente para mantener encendida la esperanza.
El nivel del mercado en el receso ha sido muy bajo, los tiempos de preparación muy precarios y los líos directivos están en el menú del día. Pero en 2020 se demostró: el fútbol y su atractivo parecen sobrevivir hasta en tierra infértil. Y hay que aferrarse a eso.