“¿De qué se compone la unidad de un país?”, se pregunta la primera ministra Birgitte Nyborg ante el Parlamento en la celebrada serie danesa Borgen. Nunca en la historia una mujer había ocupado tal posición. Ahora, a pesar de que su partido, Los Moderados, había obtenido apenas el tercer lugar en las elecciones generales, luego de arduas negociaciones había logrado un pacto y formado un gobierno de coalición con ella a la cabeza. Pero ahora enfrentaba una situación critica. Pasados unos segundos, continuó su alocución haciendo una referencia personal: “Cuando era una joven estudiante, estuve en el Rådhuspladsen en Copenhague, el viernes 26 de junio de 1992. Dinamarca recién había ganado el campeonato de fútbol de Europa. Esa tarde no cabía duda de que éramos una sola persona. Una persona que se sabía el texto de su himno nacional de memoria”.
Desde el estreno de la serie en 2010, críticos y académicos han calificado el estilo Birgitte como un arquetipo del liderazgo femenino. La política es compromiso: este es su lema. Es un rasgo muy propio de sistemas parlamentarios como el danés, donde es altamente improbable que un partido disponga por sí solo de la mayoría suficiente para gobernar. Según la literatura especializada, el atributo de construir compromisos está más presente en las mujeres. De ahí que el liderazgo de las mujeres en el área política sea más frecuente en sistemas parlamentarios que están forzados a encontrar fórmulas de coalición, lo que los hace más dialogantes y democráticos, menos mesiánicos y autoritarios. Hay excepciones, por cierto, como lo pone de relieve el dibujo que hace de Margaret Thatcher otra serie en pantalla, The Crown, pero los expertos dicen que es la regla.
Esto, por cierto, no obedece a factores biológicos o naturales, sino a procesos culturales. Las mujeres en política tienen que encontrar la manera de compatibilizar (y muchas veces negociar) su labor pública con los imperativos de su vida doméstica y familiar. En Borgen, de hecho, Birgitte descubre con dolor que no puede ser perfecta en las dos dimensiones, y paga un alto costo personal por ello; pero esto mismo le brinda un sentido de los límites que da humanidad a la forma como ejerce el poder. Para los varones el conflicto entre lo público y lo privado ha sido invisible (o mejor dicho, lo hemos descargado sobre las espaldas de las mujeres), y esto hace que no encuentren límites que contengan la soberbia, la grandilocuencia y la omnipotencia.
Pero no hay que confundir compromisos con oportunismo. Birgitte es porfiadamente fiel a sus principios y valores, y esto mismo la diferencia de muchos de sus colegas varones, cuyo ego les hace presa fácil del arribismo; pero muestra al mismo tiempo un talento sin igual para negociar, ceder y pactar con el fin de acercarse a sus objetivos. “La política es para hacer mejor la vida de los ciudadanos”, recuerda a quienes la cuestionan, no para dar testimonio.
El tema del liderazgo femenino ha vuelto a ponerse en el tapete con la pandemia, cuando los países liderados por mujeres lo han hecho bastante mejor que el promedio, con figuras que se han vuelto paradigmáticas, como Angela Merkel, Jacinda Ardern o Erna Solberg. Las mujeres líderes, se ha visto, son más directas, concretas, transparentes, horizontales, personales. Lo expresan las palabras de la Primera Ministra de Noruega: “Estos últimos días han sido completamente irreales para mí y ciertamente ha sido igual para todos ustedes”. Son mejores para trabajar en equipo y más sensibles a las relaciones interpersonales. Manejan mejor el estrés y saben establecer relaciones de cooperación entre iguales. Como dijera Merkel cuando anunció las medidas contra el covid: “Somos una democracia. No vivimos de imposiciones, sino de conocimientos compartidos y participación. Esta es una tarea histórica y solo podemos superarla unidos”.
Lo anterior ha llevado a postular que la forma de ejercer la política de las mujeres es precisamente la que se requiere en este siglo, cuando no se cuenta ya con ideologías y modelos omnicomprensivos, cuando nadie puede gobernar con la garantía de disponer de mayorías sólidas, cuando los escalafones y mediaciones son pulverizados por las redes sociales, en fin —como escribe el filósofo Daniel Innerarity—, cuando “lo que necesitamos es articular una inteligencia distribuida de manera dispersa y formas de autoorganización coordinada”.
Chile, por primera vez en la historia del mundo, tendrá una Convención Constitucional paritaria, resultado de un triunfo histórico del movimiento feminista. Esto hace que la cuestión del liderazgo de las mujeres en política tenga candente actualidad. Un buen motivo para ver Borgen y mirar a Birgitte en acción.
“Creo que más que nunca debemos demostrar nuestra responsabilidad por sobre nuestras estrechas divisiones partidarias, nuestro pensamiento de corto plazo, nuestras coaliciones políticas y nuestras calumnias. Creo que cada uno de nosotros, como persona, necesita a los otros. Creo que somos un cuerpo, igual que nuestra nación. Creo que hay mucho más de lo que nos une, que lo que nos divide. Creo profundamente que somos los mismos seres humanos que celebraron esa tarde en junio en el Rådhuspladsen. Y para aquellos que quizás olvidaron el texto, les cito una de las últimas líneas de nuestro himno nacional: ‘Nuestra vieja Dinamarca, permanecerá'”.
Así terminaba Birgitte el mencionado discurso ante el Parlamento danés. Ella no estará en la Convención, pero otra mujer podría inaugurarla con palabras semejantes.