Esta semana leí con atención la columna de opinión de Leonidas Montes, en este mismo medio. Con su estupenda pluma y profundidad, Leonidas se refirió a los “enigmas de la violencia”. En ella enfatiza con preocupación cómo nos hemos adaptado a las situaciones más increíbles de violencia y terrorismo, cómo nos hemos llenado de eufemismos para representar realidades crudas (como si al llamarlas de este modo, con terminologías novedosas, pudiéramos invisibilizarlas o calmar las almas), y sobre cómo, entre adaptación, eufemismos y diversas mezquindades políticas, por qué no decirlo (esto último no lo dice el autor citado, sino quien escribe), al final del día no se hace nada. En realidad, sí, se dan cientos de explicaciones, como si pudieran bastarnos.
Y así, solo crecerá la sensación (¿realidad?) de estar fuera de control y con ello el descontento y la desconfianza de la población hacia los tomadores de decisiones. ¡Y cómo no, si al final del día, no toman decisión alguna o son tan tardías! ¿Y la responsabilidad? Del empedrado, del otro bando, del que sea, pero propia…
El enigma que plantea Leonidas, del que yo hago la lectura anterior, se replica en otras esferas. Para mí, por ejemplo, es un enigma lo frágil que resultaron ser nuestras instituciones democráticas, esas que veíamos robustas, que respetaban los procesos y el Estado de derecho. En un santiamén, parecían otras ¡Quién me ha robado el mes de abril! se quejaría Sabina. El empobrecimiento del debate legislativo dejó de ser preocupante y acelerado, para pasar a ser cuasi total y abrumador. Si bien antes del 18 de octubre ya había señales del deterioro, imputable a múltiples factores, al menos existía pudor. Aun cuando a ratos lograba colarse una que otra iniciativa de manera inexplicable, la gran mayoría de las iniciativas improcedentes por contrariar la Constitución y nuestros derechos fundamentales, a lo sumo, lograba avanzar unos metros para luego terminar en el olvido. Si eventualmente agarraban vuelo, a todos nos parecía, por entonces, que al final del día no prosperarían porque siempre había, aunque fuere en las postrimerías del trámite, una racionalidad final, al menos de los parlamentarios necesarios, dispuestos a poner la nota de seriedad. Pero después del estallido de violencia del 18 de octubre, no solo estalló la violencia, sino que también varios pilares claves de la convivencia pacífica en democracia. La voluntad de adherir a las normas, como elemento esencial y aglutinador de la vida en común, y el sano debate democrático en un Estado de Derecho, entre otros.
Se acabó, hasta quizás quién sabe cuándo. Tras el estallido de violencia, el debate razonado y técnico, que ya era complejo, tomó sus maletas y se fue. El Congreso fue eco del estallido de la calle y no el canalizador prudente. Me perdonarán la generalización, no todos los parlamentarios actúan ni actuaron así, ni tampoco es una actitud exclusiva de uno u otro partido o bloque. Pero lo cierto es que ¿límites razonables? ¿Esfera de su competencia? ¡Qué va, nada de eso! Y ay de quien lo planteara: “No tiene calle, vive en la Luna, economicista e insensible”, por lo bajo.
Entonces, mientras en la Plaza Italia (y cada vez más lugares en Chile) se transgreden semana a semana los derechos más básicos de los vecinos, ciudadanos y transeúntes, en la sede del Parlamento, ni más ni menos, se transgrede abiertamente la Constitución, nuestras libertades y los procesos, en aras de las causas más diversas, todas justas, por cierto. La pandemia acentuó el problema. A los “sacrilegios”, a los ya dos retiros “únicos y excepcionales” del 10% (que esperan al tercer retiro, también único y excepcional, y a pesar del fallo del Tribunal Constitucional), se suman las decenas de proyectos “modo pandemia” que infringen la iniciativa exclusiva del Presidente (¿o ya se olvidó del impuesto al patrimonio?) y múltiples otros que vulneran derechos fundamentales. Esta semana la oposición, en la comisión de Trabajo del Senado, con un “sistema” de votación de incisos (tipo procedimiento letra chica, que tanto critican cuando lo advierten en terceros), logró torcer la mano de la iniciativa exclusiva del Presidente y aprobó que el aumento completo de la cotización adicional para las pensiones se fuera a un sistema de reparto, mientras la mayoría de los ciudadanos quieren mantener el derecho de propiedad de sus fondos. ¿Frustración, molestia, todo vale? Quién sabe, pero como en el enigma de la violencia, aquí también sucede que ya no nos asombra. El enigma es cómo revertir este deterioro, cuánto tomará y cuánto les costará el desfonde a los ciudadanos.