Esta curiosa película israelí está hecha, como una buena parte del cine de ese país, al alero de la principal angustia nacional: la dificultad para encontrar un modo de convivencia con la población palestina. “Veinte por ciento de la población es árabe”, advierte la introducción. El material de la película es la vida de Eyad Barhum (Razi Gabareen y Tawfeek Barhom), un niño palestino nacido a fines de los 70, en la ciudad de Tira, vecina con Cisjordania.
La historia comienza en 1982, mientras Israel dirige su gran ofensiva contra las milicias de Arafat en El Líbano. Eyad es un niño de aprendizaje sobresaliente y le intriga saber que su padre, enemigo de Israel, fue acusado de terrorismo en 1969. Con su madre y su abuela, en cambio, solo se relaciona con un afecto incondicional.
En 1988, ya adolescente, Eyad es aceptado en la universidad, en Jerusalén, con el entusiasmo de su padre, que desea que sea superior a todos, especialmente a los judíos. La familia no cambia su posición política: cuando Saddam Hussein lanza sus misiles sobre Israel, en febrero de 1991, el grupo sale a mirar desde la azotea para aplaudir al cohete que estalla en Tel Aviv.
El otro pie de la historia es Yonatan (Michael Moshonov), un joven con una enfermedad degenerativa al que Eyad llega a acompañar como parte del voluntariado universitario. Cuando crecen las dificultades para encontrarse con su novia judía, con la que quiere construir una vida en común, Eyad comienza a usar la identidad de Yonatan. Esa decisión cambia el eje de la película, aunque el director Eran Riklis la trata como un simple giro más en los diez años de historia de su protagonista.
La película comienza con el mismo plano que termina. Es decir, se trata de un largo racconto, y por lo tanto, de una historia clausurada, circular, sobre la cual no hay intervención posible ni anticipo sobre el futuro. Es una fábula concentrada en su propia ambigüedad: nadie tiene la razón, todos los motivos son legítimos, la tensión entre judíos y palestinos se traduce en los ecos de las guerras. El juicio queda liberado para el espectador.
Riklis es uno de los cineastas más exitosos de Israel. Con Mis hijos ha hecho un complicado intento por transmitir la red de sentimientos que se derivan de vivir en un país estructuralmente dividido, con dos lenguas, dos pueblos, dos religiones y dos historias. No es una película perfecta –habría mucho que decir sobre la forma en que construye la progresión y la escasa inspiración de su manera de narrar–, pero tiene una vigencia emotiva y melancólica.
ARAVIMROKDIMDirección: Eran Riklis.
Con: Tawfeek Barhom, Danielle Kitsis, Yaël Abecassis, Michael Moshonov, Ali Suliman, Laëtitia Eïdo, Razi Gabareen, Marlene Bajali. 101 minutos.
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