Fue en agosto del año pasado cuando recordé a Juan Aguad Kunkar, JAK para sus amigos y colegas, en esta columna. Una mención breve dentro de los recuerdos de Palestino en su centenario. Y volví a recordarlo hace un par de semanas, pero esta vez sin brevedad, para un libro que estoy preparando.
Es inevitable que lo que escribo ahora tenga un tinte muy personal. Y no es para menos: imagínese usted que Juan salvó mi incipiente carrera en 1966 y más tarde, mucho más tarde, me aconsejó con sabiduría en los trámites de mi jubilación. Toda una vida.
Juan Aguad fue abogado, juez de policía local, fiscal de la Caja de Empleados Públicos y Periodistas, basquetbolista, comentarista de básquetbol en medios escritos y audiovisuales, presidente del Círculo de Periodistas Deportivos. Es decir, llegó a gran nivel en cada actividad que desarrolló.
Y nunca sacó partido de sus cargos. No buscó fama ni fortuna. No buscó nada más allá de ayudar al prójimo con un buen consejo o una gestión desinteresada. No supe de nadie que no tuviera al menos un motivo para quererlo. Gran tipo y personaje inolvidable para muchos.
No creí cuando me enteré de que llegó a vivir 91 años. Me parecía unos cuantos años menor y debe ser porque extendió largamente en el tiempo su sonrisa amplia, generosa, llena de vida. Expresión, su sonrisa, de un sentido del humor desbordante que siempre lo acompañó. Además, apasionado en lo que hacía. Hasta para fumar: “Míralo”, me decía Antonino Vera, nuestro jefe en el diario La Tarde y en la revista Estadio, “si Juan no fuma los cigarros, se los come…”. ¡Cómo disfrutaba cada cigarrillo!
Compartimos en varios medios. En RTU (antes Canal 9, Canal 11 y hoy Chilevisión), donde me dieron la jefatura de deportes y llevé a gente que sabía, como Juan en básquetbol y Eduardo Bruna en boxeo. La NBA se estrenó en Chile con JAK haciendo los comentarios. Y mucha gente lo recuerda hoy en esa tarea.
Y también compartimos la dirigencia gremial en directivas del Círculo de Periodistas Deportivos. Pero el que trabajaba sin descanso era él, para organizar publicaciones, actos y, sobre todo, la premiación anual a los Mejores Deportistas. No dejaba nada al azar, desde la confección de los galvanos hasta la impresión de las invitaciones. Y todo lo demás, que era mucho, mucho más.
Puse a prueba su sentido del humor con las reproducciones de fotos de Estadio que le enviaba en las que él aparecía. “Ahí estás, gateando detrás de la pelota en el parqué”. Cruzábamos risas, como las cruzó con tantos colegas en tantos años de grata convivencia periodística, gremial, deportiva, judicial, social, funcionaria y donde fuera.
También fue gerente del fútbol de Palestino. Como basquetbolista lo defendió en la Asociación Santiago, donde también vistió la camiseta del Sirio. En la universidad fue defensor de LEX, como correspondía. Y como seleccionado chileno compitió en dos campeonatos sudamericanos.
Me faltó entereza para visitarlo en los últimos meses. Fui a la clínica cuando parecía salir casi milagrosamente de un ACV, pero desde que recayó no fui a su casa. Sencillamente no pude. ¿Verlo sin la sonrisa ancha y generosa, activo hasta el límite, sin la memoria iluminada? Imposible. Me perdonará donde esté, seguramente junto a su querido hermano Sabino, gran dirigente del deporte chileno. Por último, se lo explicaré personalmente algún día, si Dios quiere.