En ese universo extraño e indefinible que construyó en los últimos años Universidad de Chile, esta semana se agregó un capítulo extraordinario: a diez días del debut en Copa Libertadores de América su director técnico, Rafael Dudamel, señaló públicamente que no está contento con la confección del plantel para la actual temporada. Y, para no quedarse corto, subrayó que ya no quiere ser el escudero de los directores deportivos, quienes, “no han tomado en cuenta la opinión del entrenador”.
Le parece a Dudamel, y así lo dijo, que no había ni respeto ni espacio suficiente para sus recomendaciones. Y deslindó responsabilidades sobre las dos decisiones más polémicas adoptadas por el club en el último tiempo: la partida de Walter Montillo y la no llegada de Luis Jiménez. Como suele ocurrir en el cuadro azul, con una exposición pública que no deja lugar a dudas.
Punto para el venezolano, que habló de frente y sin recados. ¿Le respondieron los directores deportivos? Sí, pero a través de “trascendidos”, que como Goldberg y Vargas recordarán, es la peor manera de reaccionar ante una verdad pública. ¿Qué le mandaron a decir? Pues que se vaya acostumbrando, que en el club se hacen las cosas así. Y que no necesariamente significa que estén bien hechas, digo yo ahora.
Enumerar el largo listado de las cosas mal hechas durante la era de Carlos Heller sería inoficioso, porque son muy conocidas y recientes. Lo que llama la atención es que, sentados en la mesa del directorio hay hace rato dos responsables que llegaron, precisamente, para resolver estas materias, que siempre se consideran “errores de manejo” de quienes tienen poder, pero no conocimiento pelotero. Porque, objetivamente, ¿puedes empezar una temporada con un conflicto abierto entre el entrenador y quienes toman las decisiones? Claro que puedes, pero no es conveniente.
A favor de Dudamel un par de cosas. Terminó tercero, salvó a la U de la promoción (algo que no consiguieron Iquique y la U. de Concepción, los otros que se “salvaron” el 2019) y cumplió con eficiencia el rol de “rejuvenecer” la plantilla, una aspiración que venía desde más arriba y que siempre es dolorosa. Asumió los costos, porque está claro que no gobierna sin la anuencia de sus jefes, porque él ha (o había, más bien) asumido el rol de “escudero”.
Es posible que para la U las políticas deportivas estén por sobre el entrenador, pero la lógica es consensuar. Primero, porque es una labor que tensa, como lo comprobó Ronald Fuentes en el mismo club o Marcelo Espina en Colo Colo. Supone visiones diferentes y fórmulas a debatir. Y la cosa es simple: si no confían en Dudamel, la historia otra vez será breve. Y se quebrará por un lado o el otro. Pero se quebrará, seguro. Si es que no está ya quebrada.