Doce meses atrás, comenzamos a tomar conciencia del devastador impacto, humano y económico, que tendría la aparición de un nuevo coronavirus en China y la adopción de medidas restrictivas orientadas a evitar el colapso de los servicios de salud.
Afortunadamente, hoy la situación parece invertirse. Cuando aún nos encontramos abrumados por las experiencias recientes, los indicadores de actividad nos sorprenden para bien y hacen posible una mirada cada vez más optimista del presente año.
Hace pocas semanas, si bien estaba claro que el mundo se encontraba en una fase de recuperación, China era la única economía de gran tamaño que retomaba su trayectoria de crecimiento previa a la crisis. Los demás países aún estaban lejos de ello. El Presidente de China se preocupó de destacar ese hecho en el reciente Foro de Davos, como una manera de dar realce a su gestión.
La información de hoy permite proyectar que también Estados Unidos, con algo de retardo, logrará pronto dicho objetivo e incluso es posible que lo supere. En la jerga de los economistas, tendrá una recuperación con forma de “V”. Europa por su parte, no parece que logre volver a su trayectoria prepandemia antes de fines del próximo año.
Es interesante recordar que solo seis meses atrás la apuesta era que Europa tendría un rebote más rápido que Estados Unidos. Se pensaba que la mayor protección al empleo en el Viejo Continente le jugaría a favor, frente a los abruptos aumentos de desempleo provocados, principalmente, por la facilidad normativa para despedir personal vigente en el país del norte.
Pero la reciente crisis no solo significó caídas en la actividad, sino también aceleró cambios de largo plazo a través de la adopción de nuevas tecnologías más productivas. En esa perspectiva, la mayor flexibilidad americana es una ventaja y no un lastre. Hoy facilita su mayor dinamismo. Con excepciones —entre las que es de esperar se encuentre Chile, ya que tiene las condiciones para ello— el mundo en desarrollo, excluido China, deberá desgraciadamente esperar mucho más tiempo para que se borren las heridas de lo vivido estos últimos doce meses.
El sólido comportamiento de la construcción y la industria en las grandes economías en general, y el buen desempeño de las ventas minoristas en Estados Unidos permiten elevar la proyección de crecimiento mundial a un 7%, medido a poder de paridad de compra. Ello genera una gran oportunidad, que no debe desaprovecharse.
Existen diversas razones para justificar el mayor optimismo. A pesar de que la propagación del virus se aceleró en el invierno boreal, los países controlaron la movilidad y los contagios consecuentes, afectando mucho menos la economía. Como ya se dijo, la industria y la construcción esta vez no se detuvieron. Los programas de vacunación, por su parte, siguen avanzando y es razonable suponer que de aquí al próximo invierno en el hemisferio norte estarán dando la protección necesaria.
Es imposible no resaltar lo destacable que es que hoy el mundo entero esté con posibilidades de vacunar a su población, cuando hace apenas un año se tomaba conciencia del impacto de la aparición del virus. Si revisamos la opinión de expertos de la época, esto era imposible y se necesitaría mucho tiempo más para desarrollar siquiera una alternativa. Hoy se cuenta con numerosas opciones.
Las políticas, tanto monetarias como fiscales, refuerzan la visión de una recuperación vigorosa este año. La Reserva Federal mantiene su postura expansiva. Si bien las tasas más largas han subido, el rendimiento del bono del tesoro a 10 años superó el 1,5% cuando a mediados del 2020 estuvo en un mínimo histórico cercano al 0,52%, aún está lejos de su promedio de largo plazo que supera el 4%. El Banco Central Europeo, por su parte, mantiene una estrategia de bajas tasas. Desde el punto de vista fiscal, la elección de Biden vino a ratificar que el impulso fiscal del Gobierno Federal se mantendrá en Estados Unidos. En el corto plazo, ello acelerará la recuperación, aunque las magnitudes involucradas y los mecanismos utilizados, en caso que se concreten como se propone, afectarán negativamente el largo plazo.
Un mundo con mayor crecimiento, ofreciendo mercados de exportación dinámicos y con mejores precios para las materias primas —el cobre superó los US$ 4 por libra—, es una oportunidad para los países en desarrollo. Más aún si consideramos las favorables condiciones financieras. Pero para ello deben tener una realidad macroeconómica adecuada, instituciones públicas y privadas eficientes y competitivas y poder hacer uso de las vacunas existentes para controlar la epidemia.
Chile tiene esas condiciones. El avance en el progreso de vacunación, que afortunadamente se inició por las personas más vulnerables, es meritorio. Ha sido posible por la combinación de una preocupación sostenida en el tiempo por medidas de salud pública —nutrición infantil, saneamiento, programas de vacunación— y una economía eficiente que permite que existan recursos para adquirir insumos y que facilita que la logística necesaria funcione.
Es responsabilidad de la autoridad precisar a la brevedad los pasos futuros. Con la población que puede sufrir las consecuencias más graves razonablemente protegida, los servicios de salud debieran poder acomodar el impacto del regreso paulatino a la normalidad. Por su parte, la capacidad que han demostrado el Banco Central y el Fisco para paliar en parte los efectos de la caída en la actividad demuestra que el país aún cuenta con una solidez macroeconómica adecuada.
Lo único que puede impedir que se aprovechen en plenitud las mejores condiciones externas es la realidad política. A pesar de diferentes estrategias, el Gobierno no ha podido hasta la fecha controlar la violencia. Para entender lo complejo de la situación, recordemos que hace pocos días y con el fin de entregar una carta firmada entre otros por la presidenta del Senado, dirigentes políticos llegaron a La Moneda, pidiendo nada menos que la disolución de Carabineros. Como si no fuera la principal razón de la existencia del Estado la mantención del orden público.
En menos de 45 días se elegirá una Asamblea Constituyente y algunos buscan que sea la oportunidad para refundar el país en base a ideologías obsoletas que llevan al populismo o al totalitarismo. Quienes se ven atraídos por ese camino —ya que creen que traería una mayor igualdad— debieran mirar lo que hoy sucede con el acceso a vacunas en esos países. De alguna u otra forma, los líderes tienen privilegios. En el Chile de hoy en cambio, los que prioritariamente están teniendo acceso a ella son los que tienen mayor vulnerabilidad y el Presidente de la República se vacunó en la fecha que le correspondía por su edad.
El crecimiento económico parece haber perdido valor entre los líderes con más presencia en la opinión pública. Desgraciadamente para ellos, lo único que explica que el país esté mejor posicionado que otros en el continente es el avance que en ese sentido hizo en el pasado.
La sola insinuación de que las políticas de Biden pueden ser más tolerantes con la inmigración ilegal volvió a atraer decenas de miles hacia la frontera con México. Simplemente, en Estados Unidos se puede vivir mejor. Como mostró el economista Tyler Cowen, de Georges Mason, ello se debe a que entre 1870 y 1990 creció un 1% anual más que su vecino. Si así no lo hubiera hecho, no se habría podido distinguir entre ellos en 1990, ni tampoco hoy día. El drama en la frontera no existiría, pero por las malas razones. Ambos serían pobres.
Los meses que vienen serán cruciales para el futuro de Chile, no solo para saber si aprovechará la oportunidad de recuperarse aceleradamente hoy, sino también para ver si podrá catapultarse hacia el futuro.
Bastaría, para que ello fuera posible, que volviera a imperar el sentido común, especialmente entre los líderes. No es imposible, de una u otra forma ello sucedió hasta comienzos de la primera década del 2000.