A los chilenos nos gusta creer que somos el pueblo de los más vivarachos.
Juramos que el dicho “hecha-la-ley-hecha-la-trampa” fue inventado por o para los chilenos.
Suponemos que se nos ocurrió a nosotros adelantar por la berma en los tacos en la carretera. Que somos los creadores del “Pepito paga doble” y del “Cuento del tío”. Sospechamos que sabemos mejor que nadie tomar atajos y saltarnos la fila.
Pero no. Lamento romper la ilusión y espoilearles las películas que muchos se pasan respecto de la supuesta “maldad” del chileno.
Porque lo cierto es que somos bien poca cosa en el universo de lo “trucho” (expresión que tampoco es criolla).
Miremos, por ejemplo, el tema de las vacunas contra el covid-19. Somos el país que más dosis hemos conseguido en Latinoamérica y los que más rápido hemos logrado inocularlas. Como tenemos una cantidad que parece suficiente para todos los habitantes del país, quienes las administran pudieron haberlas manejado con cierto relajo o “laxitud”. Pero no fue así.
En cambio, en varios de nuestros países vecinos, pese a la escasez de vacunas, se registraron insólitos casos que nos dieron una lección de qué significa, de verdad, “saltarse la fila”.
Sí, estoy hablando de las “vacunaciones VIP” en Argentina, donde los amigotes de los gobernantes se vacunaron primero que todos y en secreto. Pero pasó lo mismo en Perú y en Ecuador, lo que provocó un escándalo que terminó, como en Argentina, con los respectivos ministros de Salud despedidos y desprestigiados.
Casos similares ha habido en Brasil, Surinam, Líbano, España y Filipinas. Los políticos y sus compadres se pusieron “primeros en la fila”, igual como si el país fuese el “Titanic” y hubiese que asegurarse un bote salvavidas.
En esos países, los políticos se autocatalogaron como “población de riesgo” y se dejaron las primeras vacunas para ellos.
A ver, yo siempre he pensado que los políticos sí son “población de riesgo”, pero por razones distintas…, porque hay que tenerlos bien vigilados, de lo contrario son capaces de los mayores estropicios.
Pero estos se pasaron de frescos. Imagínense que en algunos de los países que nombré los políticos invitaron a periodistas a vacunarse para recibir después de ellos un tratamiento “especial” o más “cariñoso”. Hay casos en que vacunaron a las amantes, para conseguir el mismo fin. El caso tierno fue el del ministro ecuatoriano que mandó vacunas al asilo donde estaba internada su madre.
Pero mi punto es que los chilenos somos niños de pecho comparados con otros.
Y déjenme decirles, a propósito de las noticias de esta semana, que lo mismo pienso sobre la violencia en La Araucanía y el Biobío; la “macrozona sur”, que le llaman.
Lo que hemos visto en los últimos meses es distinto a lo que ocurría allí en el pasado reciente. Hay nuevos métodos, formas, maneras de actuar que parecen casi irreconocibles y que solo veíamos en las noticias internacionales.
Se ve ahora una “maldad” que se siente ajena, que no parece chilena.
Es terrible, pero estamos entrando en otra liga en La Araucanía; y esa población sí que es de riesgo real.