Universidad Católica ha ganado cinco de los últimos ocho torneos nacionales disputados en el país, ratificando una hegemonía sin contrapeso en el limitado orden local, donde no hay un rival que pueda amagarla. Ha trabajado con seriedad y sus logros no solo son merecidos, sino que reflejan cabalmente una ideología de trabajo. La que, seamos honestos, sirve solo acá.
En Copa Libertadores los cruzados no superan la fase de grupos desde 2011. Y han quedado eliminados consecutivamente en las últimas tres competiciones. Si existe una chance de que un equipo chileno neutralice la inversión de los más poderosos, es precisamente aplicando rigor en el método y constancia en la búsqueda, lo que con los cruzados no ha ocurrido porque han cambiado de mano técnica todos los años. Como el fenómeno ha vuelto a vivirse con Ariel Holan y a un mes del inicio del torneo aún no hay entrenador confirmado, siguiendo la secuencia lógica, la UC volverá a ser la favorita en nuestro país, pero tiene escasas chances en el continente. No de ser campeón, que sería una conquista impresionante, sino de una meta más modesta: pasar a octavos de final.
En el laborioso y eficiente trabajo de la franja han faltado dos cosas: o seducir a un entrenador con el desafío continental (al parecer todos se convencen de que no alcanza) o ser capaces de gestar su propio laboratorio técnico. Si se pueden producir jugadores, ¿por qué no intentarlo con alguien de casa para un proceso internacional a largo plazo? Con especialización en el extranjero, ascenso paulatino y confianza en sus métodos sería posible replicar el modelo que hace un par de décadas sirvió con Ignacio Prieto y Fernando Carvallo, para poner los dos ejemplos más nítidos. De otra manera el crecimiento siempre quedará trunco, tornando en fracaso su propio éxito.
Es un año de desafíos importantes. Los tendrá Martín Lasarte con la selección chilena, que debe recuperar aceleradamente el tranco competitivo. “Machete”, a pocos días de firmado, ya retomó un saludable ejercicio que con Reinaldo Rueda parecía sepultado: explicar lo que hará, conceptualizar sus ideas, dar la cara, sonreír o enojarse; hacerse visible, en otras palabras.
Para la ANFP, normalizar el calendario será todo un desafío, desechando las ideas ramplonas y absurdas de algunos dirigentes. La tarea más compleja será devolver el público a los estadios, bajo parámetros que permitan la gobernabilidad y, por supuesto, cierta autonomía frente a la autoridad policial. El largo receso no puede hacernos olvidar que las barras bravas lograron lo que no pudo la más feroz de las pandemias: interrumpir un campeonato.
Ni hablar lo que les espera a todos los rivales de la UC. Refundar Colo Colo —partiendo por el esperpento en que se ha convertido el llamado Club Social— es vital para muchos hinchas. Definir una política para la U, armar planteles robustos para aquellos que llegaron a copas internacionales (el ejemplo de Coquimbo debería servir), pero, sobre todo, poner en marcha el trabajo con los jóvenes. Eso es urgente, impostergable y fundamental. Porque la amenaza es muy inquietante.