En Curicó, “la llevan” los clubes de ciclistas, y en Iquique, las federaciones de bailes religiosos. De esta manera ejemplificaba un excandidato presidencial que, para ganar elecciones y gobernar, la clave es satisfacer los intereses de las organizaciones sociales. Aunque parezcan una simple curiosidad, estos ejemplos dan cuenta de cómo la política está reorientando su quehacer y, junto con ello, cómo está cambiando el sentido de las políticas públicas. ¿Por qué?
El corporativismo surgió a comienzos del siglo XX como respuesta a una crisis del liberalismo extremo, así como para hacer frente al socialismo que buscaba imponer un Estado totalitario. En esencia, esta doctrina rescataba la idea de que grupos sociales intermedios, como el sindicato, la empresa o el club de barrio, representaban los intereses de las personas. El Estado, en este caso, cumpliría un rol de garante de relaciones entre estos grupos, fomentando su autonomía y orientándolos al bien común. Políticamente, el corporativismo propugnaba el reemplazo de los partidos políticos por los movimientos sociales, ya que, bajo su lógica, el rol moderador del Estado no requería intermediarios.
Todo apunta a que, en la actualidad, un aroma a corporativismo se está apoderando de la actividad pública. Mientras uno de los líderes del Frente Amplio aboga por fortalecer el rol de las organizaciones intermedias en la Constitución, algunos en la derecha promueven una organización política donde el Estado articula el quehacer de los privados. Todo en un contexto donde los llamados movimientos sociales —cuya representatividad es cuestionable— amenazan con desplazar la política.
Así, el Estado parece destinado a satisfacer los intereses de grupos identitarios. Esto es un gran riesgo. Una reciente investigación dirigida a explicar el gran aumento de la deuda pública en el mundo en las últimas décadas concluye que una de sus causas es la política orientada a la satisfacción de intereses particulares (Yared, 2019). La polarización de la política y la disputa por satisfacer a grupos específicos han empujado a mayores déficits, ya que la voluntad por buscar acuerdos es menor y el beneficio electoral de servir a grupos específicos ha crecido. En buen castellano, más intereses particulares y menos bien común. ¿Le suena conocido?
El reemplazo de la acción política por un mal entendido rol de los movimientos sociales bajo la articulación del Estado es la mejor receta para sepultar el bien común. Nadie mejor que Perón y sus descendientes políticos —de aquí y de allá— lo entendieron.