Martín Lasarte asumió formalmente su cargo como nuevo seleccionador chileno renovando públicamente esa imagen que ya se conocía tras sus experiencias como DT de la UC y la U: la de un tipo con ideas claras y con una gran capacidad para desglosar y explicar los conceptos que quiere establecer.
Es, en rigor, un buen charlista y un claro expositor. Y eso es un buen punto de partida.
Claro, porque Lasarte deberá utilizar esta habilidad discursiva no solo para seducir a un medio que está ávido de respuestas (lo que en verdad no es tan importante, aunque sí ayuda a mantener los apoyos) sino que, fundamentalmente, para conseguir algo que se perdió en la selección desde los tiempos buenos de Jorge Sampaoli al mando: la total adhesión de los jugadores a un ideario, a una propuesta.
Por cierto, no puede establecerse que el evidente declive que ha venido sufriendo la Roja en los últimos años se deba exclusivamente a un simple problema de comunicación. Han sido evidentes las falencias de rendimientos individuales y colectivos. Pero parece obvio que tanto con Pizzi como con Rueda existieron problemas de “ruido” con sus dirigidos que, con certeza, contribuyeron a enrarecer el trabajo del seleccionado.
Lasarte parte acá con una ventaja en este aspecto. A diferencia de sus dos antecesores, es un entrenador activo en términos discursivos y con ello puede establecer límites y márgenes y no solamente reaccionar y apagar incendios, como nos acostumbraron Pizzi y Rueda. La hoja en blanco que tiene en sus manos y que él tiene la capacidad de empezar a llenar bajo sus criterios puede terminar siendo fundamental para el éxito de su trabajo si lo complementa, por cierto, con una adhesión pronta de sus dirigidos. O sea, si es capaz de seducirlos y comprometerlos.
Que el DT uruguayo haya recalcado en su primera conferencia de prensa que “ningún futbolista está lejos o censurada su capacidad de participar” en la selección es, quizás, la más clara y básica de sus definiciones. Ello porque, de aplicarse con rigurosidad, abre la puerta de par en par tanto a veteranos como a jóvenes valores, desechando así la dicotomía establecida en los últimos años entre la mantención a ultranza de los símbolos de la llamada “generación dorada” y la producción obligada de un “recambio” que, en verdad, se ha dado solo a goteo. Ambos contingentes pueden y deberán convivir en la administración Lasarte porque ninguna de las dos visiones es suficiente —ni siquiera mínimamente— para conseguir la meta mundialista.
Es cierto que, tras establecer el básico criterio que permita la unidad (y que con certeza deberá liderar Claudio Bravo, tal como dio a entender el DT), a Lasarte habrá que exigirle una propuesta que permita estabilizar y darle un grado de solidez futbolística al equipo. Y ahí lo que deberá pedírsele no es, como ha pasado desde la experiencia Bielsa, que ella sea unívoca y dogmática sino que, simplemente, sea la mejor o, al menos, la más funcional a los objetivos que están marcados en este proceso de acuerdo al material que tenga entre sus dirigidos.
No es una tarea sencilla. Pero si esas condiciones se dan, es probable que la llegada de Martín Lasarte al seleccionado haya sido una buena noticia.
No es poco8 tras días de tanta confusión.