Pocas veces el fútbol chileno escribió un final como este, lo que es un gran elogio. Primero, por haber llegado a un final como este, que durante largas semanas se vio improbable por la violencia, la pandemia y las suspensiones. Y, sobre todo, porque todos los equipos jugaron con un profesionalismo y dignidad que abruman. Los dos equipos que han descendido, Iquique y Coquimbo, batallaron duramente hasta el final. Y nadie podrá -por más tentaciones que existan entre los mismos protagonistas- decir que para la definición del certamen hubo componendas, operaciones de rescate o maletines. Lo que agrava aún más la falta de la vergüenza que acometieron en el 2019 al suspender tan liviana e irresponsablemente campeonato.
ColoColo se condenó en la agonía a un infierno que siempre pareció inevitable. Es increíble que directiva y técnicamente se hayan cometido errores enormes pese a que transitaron siempre por la cornisa. Y ya está claro, en todos los análisis, que si pierde la categoría será por su increíble afán por hacerlo todo mal. Jugará en Talca el segundo partido más importante de su historia, y francamente no sé si hay fichas suficientes para apostar a su incuestionable grandeza histórica. Cuando simultáneamente falla todo lo que puede fallar, el infierno es un destino más que probable.
La Universidad Católica es el campeón pero, como suele ocurrir en los últimos años, deberá batallar para sostener su proyecto técnico y, honestamente, seguir apostando a la solidez institucional no basta para garantizar el éxito a nivel internacional, sobre todo cuando la fórmula no resultó anteriormente. La Libertadores exige algo más que rezar para que el sorteo no sea tan cruento.
Fue un torneo tan extraño que la U y la Unión han clasificado a Copa Libertadores casi sin festejos. Los azules deben evaluar profundamente su línea técnica, mientras los hispanos llegaron con el vuelo de un entrenador defenestrado, lo que es muy inusual.
Un final infartante, apasionante, único. Porque el fútbol a veces puede obviar las deficiencias y los ripios para dar paso exclusivamente a la emoción, a la pasión. Fue largo, parejo, irregular, extraño, irrepetible. Y dejó en claro, más que nunca, que los errores se pagan caro.
Y lo mejor es que todavía no termina.