Dicen que el aviso publicitario de los paquetes turísticos para venir a vacunarse a Chile desde distintos países latinoamericanos era impresionante.
“Escape a Chile: Salud, salud y más”, dicen que era el título. Y el contenido se supone que decía más o menos así:
“Tres días dos noches a Santiago de Chile. El programa incluye: Primer día, vacunación contra el Coronavirus en algunos de los Centros de Salud dispuestos por el gobierno chileno. En la tarde, visita a una viña en el valle de Casablanca para seguir preocupados de la ‘salud', pero de otro salud, el que se dice al chocar las copas de un carmenere o un merlot.
Segundo día, una cita con el futuro. Visita matutina a universidades chilenas para gestionar los trámites para matricular a los hijos en alguna de las universidades chilenas, de clase mundial, que ofrecen gratuidad total. En la tarde, concurrencia a una Asociación de Fondos de Pensiones para abrir una cuenta de ahorro individual que les permitirá juntar dinero a tasas mucho mejores que cualquier banco.
Tercer día, el mundo en su tarjeta de crédito. Visitaremos varios de los centros comerciales de Santiago, donde encontrarán los mismos productos que cualquier gran ciudad de Estados Unidos o Europa a precios equivalentes”.
Cuando me contaron de ese tipo de paquetes turísticos —dicen que el precio “desde” partía en los mil dólares y bien podría ser apócrifo—, pensé en la paradoja de que mientras en varios de nuestros países limítrofes se organizan viajes para venirse a vacunar a Chile, aquí está lleno de regodeones que arrugan la nariz porque la vacuna es china, o porque se compraron alguna de las absurdas teorías conspirativas que abundan en las redes sociales.
Pero el “turismo de vacunas” me hizo pensar que esta situación es una verdadera metáfora de lo que ocurre en Chile hoy: un sector amplio se queja de que lo que tenemos es poco, o insuficiente, mientras la mayoría de los países latinoamericanos haría cualquier cosa por tener lo que tenemos nosotros.
Mientras hay gente —dirigentes políticos incluidos— lista para incendiar o llamar a incendiar el país a la primera, millones de personas nos miran con envidia por lo que hemos logrado. Y también observan con estupor cómo ponemos en riesgo todo eso.
Todavía recuerdo que cuando era niño me enseñaron a agradecer por la comida que me servían. Y me insistían en que debía tratar de comérmela toda porque había niños como yo en otras partes del mundo que no tenían mi suerte de tener un plato lleno cada día.
Increíble que me acuerde de eso después de tanto tiempo. Aunque, a juzgar por el momento en que me toca vacunarme, sigo siendo relativamente joven, pese a estar lleno de canas. Me falta muuuucho tiempo aún para que me llegue la hora de pincharme el hombro. Esperaré en calma, pero con ansias. Sobre todo para poder sumarme a la conversación de mis amigos que ya se vacunaron.
Creo que la vacuna sí produce un efecto secundario: quienes se vacunan no dejan de hablar sobre eso todo el día durante varios días.
Y sí, lo digo con envidia. Conozco ese sentimiento. Es igual al que sienten nuestros vecinos cuando nos miran.