En la temporada más compleja que recuerde el fútbol chileno, por la contingencia que demandó el covid-19, Universidad Católica se proclamó tricampeón. El cuadro de Ariel Holan levantó la estrella 15 ante Unión La Calera, pero ante todo instaló la supremacía de un proyecto institucional que en Chile se impone por convicción y profesionalismo.
Ser el monarca por tres torneos consecutivos, con distintos entrenadores, contradice el modelo tradicional del éxito en el fútbol. Por lo general, cuando se construyen hegemonías, la norma indica que se sustenta en el entrenador. Hoy el paradigma de esa lógica es Marcelo Gallardo y sus siete años en River Plate. Sin embargo, en San Carlos de Apoquindo, por la coyuntura, tuvieron que cambiar de mano. Ahí radica buena parte del éxito cruzado: la estructura institucional sostiene el buque.
Las tres coronas exhiben el sello de sus entrenadores. Beñat San José armó la nave desde el fondo, sin brillo, pero con inobjetable eficacia. Gustavo Quinteros dio más volumen al equipo, lo tonificó de tres cuartos de cancha en adelante y se impuso por masacre con una regularidad a toda prueba. La versión de Holan asoma agresiva, con el uso permanente de las bandas, con decisiones iniciales que marcaron un estilo, al ubicar por ejemplo a José Pedro Fuenzalida en el lateral derecho, compartiendo franja con César Pinares y Gastón Lezcano.
La partida del zurdo Pinares y de Benjamín Kuscevic, sumada a la seguidilla de lesiones, obligó a Holan a recurrir a la profundidad de la banca. El equipo, si bien no mantuvo el tranco que exhibió hasta la eliminación en cuartos de final de la Copa Sudamericana con Vélez Sarsfield, compitió. En los jóvenes del club encontró la respuesta para la emergencia, algo que sus rivales no disponen ni en abundancia ni en calidad.
Es incuestionable el logro de la UC. Sergio Livingstone decía que ser campeón siempre es difícil. En el torneo del colegio, en el barrio, en la oficina, en la liga o asociación, en todos los niveles, ser el mejor es duro. Por eso no corresponde minimizar el logro de la Católica porque Colo Colo y Universidad de Chile, sus oponentes tradicionales, vivieron zozobras. Sí es loable conseguir el tricampeonato en el formato de todos contra todos en dos ruedas, sin desmerecer los cortos con playoffs.
Con la temporada 2021 encima, Universidad Católica dispone de argumentos de sobra para ir por el tetracampeonato. Existe una base probada en el medio local y las inferiores no dejan de surtir. De no ocurrir nada extraordinario, los de la franja estarán en la discusión a fin de año.
El problema está en el terreno internacional, que en este caso tiene nombre y apellido: Copa Libertadores. Frente a la eventualidad del calendario futbolero que concluye, la dirigencia se vio en la encrucijada de entregar calma al vestuario o esperar hasta el fin del certamen. Optaron por la primera opción y aseguraron a buena parte del grupo. La experiencia reciente dice que esta plantilla no alcanza para aspirar a lugares protagónicos, más aún cuando el tiempo avanza para los más experimentados. Sin opciones de figuras para tonificar en serio la oncena, las posibilidades de avanzar en Sudamérica son complejas.
Ariel Holan lo sabe.