El fallecimiento de Mario Osbén ha reactivado un mal endémico en el medio chileno: el de la mala memoria.
La mayoría se quedó en la anécdota, en el dato, en la imagen borrosa y personal de una atajada soberbia. Incluso, en su histórico error en el Mundial de 1982 en España ante la Alemania de Rummenigge. Y en realidad, Osbén fue mucho más que todo eso. Fue una figura esencial de una época del fútbol chileno que parece que hoy nadie quiere recordar ni reconocer.
El “Gato” tuvo su aparición en la selección por vez primera en 1972 en los entrenamientos que semanalmente hacía el DT alemán Rudi Gutendorf para “conocer el medio chileno”. El germano llamaba de 30 a 40 jugadores por jornada a Juan Pinto Durán, los hacía pelotear un rato, a veces los cambiaba incluso de su posición natural y luego los mandaba para la casa. La mayoría no volvía. Chile, como siempre, no tenía tantos jugadores como para seleccionar, así que Osbén, que estuvo en ese lote, tuvo que dejar el espacio a los calados que luego estarían en el Mundial de Alemania: Leopoldo Vallejos, Juan Olivares y Adolfo Nef.
Fue extraño que para las eliminatorias al Mundial de Argentina Osbén no fuera considerado como alternativa. Jugaron Nef y Vallejos. En 1975 hizo una campaña extraordinaria en Deportes Concepción, lo que le valió su traspaso el año siguiente a la Unión Española, subcampeona de la Copa Libertadores, que necesitaba un relevo tras la inesperada partida del “Polo” Vallejos a Everton.
La suerte ahí le cambió para siempre a Osbén. Se topó con el DT Luis Santibáñez, quien no solo lo catapultó a la titularidad del equipo campeón de 1977, sino que lo convirtió en su gran símbolo. El entrenador formaba siempre sus equipos de atrás para adelante y, para él, quien jugara al arco debía no solo atajar más allá de lo imposible, sino que tener presencia, liderazgo y una comunicación perfecta con los zagueros centrales. Osbén fue eso y nunca Santibáñez, ni en Unión ni luego en el seleccionado chileno, tuvo otra opción que el “Gato” como arquero titular.
Osbén se hizo así el símbolo del fútbol que primó en Chile en las últimas décadas del siglo pasado. Fue el héroe en las eliminatorias al Mundial de España por haber dejado en cero su arco en los partidos ante Ecuador y Paraguay. Eso era más importante para Santibáñez que haber tenido al goleador. Un orgullo aplaudido por una fanaticada ávida de obtención de objetivos deportivos.
Por eso es que dolió tanto el momento de debilidad de Osbén en la Copa del Mundo. Ese remate blandito de Rummenigge que se le pasó por debajo del cuerpo no solo fue una equivocación; fue un golpe a la tesis hasta ese momento sustentable de que los buenos resultados eran los que se obtenían a partir de la solidez defensiva.
Osbén entonces cargó con todas las culpas. Igualó a Caszely y su penal perdido ante Austria en la nómina de los fracasados. Y pese a que con los años tuvo su reivindicación personal con sus títulos en Colo Colo y Cobreloa y su retorno a la Roja, el medio nunca olvidó —ni le perdonó— la “chambonada” aquella en España. Se optó por echarle tierra a esa época oscura en donde Osbén era un ícono.
Al partir, claro, todos hablaron maravillas del “Gato”. Todo ha sido rankings, números, títulos y anecdotarios. El castigo de la indiferencia que recayó sobre Osbén fue olvidado.
Obvio. Tenemos mala memoria.