Hay personas que esperan con ansias que llegue febrero. No para irse de vacaciones, sino para disfrutar la oficina sin el jefe.
En Chile, los jefes suelen tomar vacaciones en febrero. No tengo claro por qué, cuando en general el clima es más favorable en enero. Pero así son las cosas.
Estar sin el jefe es una situación añorada, porque al jefe se le asocia con obligaciones y estrés. Esta visión “antijefe” ha llegado a penetrar de tal manera en nuestra cultura popular que una de las campañas publicitarias más exitosas del último tiempo se llamó “Chao, jefe” y se trataba de un tipo que se ganaba la lotería y eso le permitía darse el gusto de su vida: mandar a la cresta a su jefe.
Pero este febrero hay un funcionario que debe estar viviendo un proceso inverso: probablemente está echando de menos a su jefe.
Ya lo adivinaron, estoy hablando de Rodrigo Delgado, el ministro del Interior.
Delgado debe tener uno de los jefes más insufribles del país. Su jefe lo debe llamar a toda hora. De seguro lo tapa a wasaps, en formato texto, audio y archivo adjunto.
“¡Ministro, cruce y suba a mi oficina!”, le debe decir varias veces durante la jornada laboral y fuera de ella. “¡Y apúrese, que lo voy a mandar!”, agregará el jefe.
“¡Ministro, cuántas personas cruzaron ilegalmente la frontera ayer, dígame el número, edad, procedencia, tipo de documento con el que ingresaron, estatus actual de cada uno!”, le preguntará. “¡¿Cómo que no tiene el dato preciso?!”, le llamará la atención. “¡Castíguese, ministro!”, remataría.
Nadie echaría de menos a un jefe así, dirán ustedes.
Pero no. Rodrigo Delgado esta semana debe haberlo extrañado. Porque al pobre le estallaron en la cara en los últimos días dos problemas crónicos que arrastramos desde hace años, pero que volvieron a hacer crisis: el tema de la inmigración ilegal y el de la violencia en la macrozona sur de La Araucanía.
El ministro Delgado tuvo que tener un ojo puesto en el norte, en Colchane, y otro ojo puesto en el sur, en Arauco.
En el norte, casi dos mil inmigrantes venezolanos coparon la pequeña comuna de Colchane, que tiene 1.600 habitantes en total, en su intento por entrar a Chile antes de que comience a regir la nueva ley de migración. Una mañana, las familias chilenas de Colchane salieron a pastorear a sus animales y cuando volvieron a sus casas estaban ocupadas por inmigrantes ilegales. Como en el cuento de los tres osos y “ricitos de oro”. Pero esta historia no es para “risitas”. La situación puede convertirse en una crisis humanitaria que termine haciendo que la oficina de DD.HH. de la ONU intervenga. Sería una extraña paradoja que Michelle Bachelet tuviese que hacerse cargo de una situación que, para sus críticos, ella misma provocó con su política de migración sin control.
En Arauco, encapuchados cortaron una ruta exhibiendo metralletas, mientras se incendiaban casas, iglesias y maquinarias. La imagen era dantesca.
El problema es que el Gobierno, con varias de sus figuras más destacadas de vacaciones, pareció tratando de improvisar soluciones. Nosotros, la opinión pública, observamos perplejos y conmovidos lo de Colchane y lo de Arauco. Y aún esperamos una acción o una explicación que nos deje un poco más tranquilos.
¿Será que falta el jefe? ¿O será que falta una política pública nítida que debiera poder aplicar cualquier funcionario a cargo del Gobierno en febrero? Dejo la inquietud.